Que la creación necesita de recogimiento es una cosa obvia. No
se ejecuta una labor artística si no se está poseído por una
idea fija. Es una agradable obsesión que busca, como un
manantial a punto de surgir agujereando la tierra amazacotada de
las vivencias comunes, bajo cuya capa gruñe. Lo mismo que los
amantes enamorados desean la mayor soledad posible y como los
canarios no han de ser molestados para la procreación, así los
creadores necesitan un aislamiento -en principio, mentalmente-
para que los afluentes de las ideas converjan en un río de
volumen apropiado que ha de desembocar en el hecho de la
afortunada inventiva.
Se puede advertir un cierto egoísmo en el (la) creador (a) y
caer en una peligrosa autosuficiencia como en el caso de Plinio
el Joven, que decía: "Yo converso solamente conmigo y con mis
libros". La conversación consigo mismo, de resabio tan
machadiano -"converso con el hombre que siempre va conmigo..."-,
es un poco arriesgado ya que supone la introversión y la soledad
elegida como isla para la propia autocomplacencia. Personalmente
creo que el verdadero artista debería convivir más con los demás
para experimentar una evolución en su atalaya miradora del
mundo.
Se me ocurre pensar, y esto lo comenta la historiografía
literaria, que es el poeta lírico, por su arranque subjetivo, el
más tendente a la soledad, a la subida y encierro en su torre de
marfil. El poeta épico está más abierto al mundo y canta las
incidencias de los héroes -que pueden ser ciudadanos sencillos,
honestos y sacrificados padres y madres de familias-; de esa
apertura de su alma a las incidencias de su entorno, nace el
narrador, y gradualmente esa objetividad conduce al gran
novelista, el captador de mundos que son legados luego como
testimonios casi notariales de las sociedades contemporáneas a
ellos -recuérdense a los Stendhal, el archinarrador ante el
Altísimo, como lo definía Ortega y Gasset, a los Balzac, a los
Dickens, a los Dostoievski, a los Pérez Galdós, a los
Valle-Inclán...
Goethe, que era un hombre equilibrado, o, por lo menos pasa por
serlo, dijo que ningún tormento sería para él tan grande como
estar solo en el paraíso. ¿Qué significa esto? Si crear para el
fabulador es un deleite y estar sin compañía de nadie es una
condición, si no inexcusable, sí aconsejable para recolectar los
frutos de su imaginación, el verdadero artista va a su estudio o
taller como a un lugar en el que se encuentra consigo mismo en
una cara del poliedro de su alma. Pero en su obligado retiro no
se olvida de quienes ama, sean familiares o amigos. También
decía Antonio Machado: "Tengo a mis amigos en mi soledad: cuando
estoy con ellos /qué lejos están". La intimidad no está reñida
con el afecto y la valoración de lo que nos rodea. El orgullo ha
de estar en lo que cuesta construir un mundo y no en lo creado,
que se nos desde el subconsciente. Nadie se inventa lo que es,
sino que se encuentra con una materia prima susceptible de ser
transformada. La metáfora del barro primigenio es adaptable a
las palabras-pongamos el caso del que escribe-, y con ellas
creamos un texto en el que las ideas se entrelazan como un
tapiz. Todo es bello y prometedor de lecturas compartidas por
quienes suponemos son los lectores más allá de la orilla del
islote del que sueña ser leído.
Sin embargo, la verdadera soledad del que escribe, pinta,
esculpe o compone no está en su gustosa clausura (¿cómo olvidar
la gustosa soledad de Fray Luis de León en su huerto entre
virgiliano y horaciano o de Juan Ramón Jiménez su "soledad
sonora"?), sino en la indiferencia de los otros, que lo condena
al ostracismo de las rarezas, al destierro mental de la
ignorancia voluntaria, mientras que ese mismo público se siente
devoto de personajillos del día, de famosos de una televisión
que fomenta la inercia mental y la ausencia de valores
culturales y morales so pretexto de ofertar un relajo a los
televidentes.
Decía Aristóteles que el que halla placeres en la soledad es una
bestia salvaje o un dios. Creo que ni lo uno ni lo otro. Las
bestias salvajes se reúnen por instinto para defenderse de otras
bestias y los dioses, según las cosmogonías, necesitan crear
mundos y seres para entretener sus eternas soledades.