Abdull Alí Satur Alh Menabí no pudo dormir con tranquilidad
aquella noche, y todas las huríes del firmamento estuvieron
bailando una danza sinuosa entre su estómago y su cerebro.
La "Perla del Desierto" había zarpado al despertar la madrugada
de Tindaz, en el Golfo de Akaba, con sus 120 tripulantes bien
uniformados y a punto, y todo el séquito correctamente alojado
en sus numerosos camarotes, con dirección a Nápoles, donde
Abdull, emir de Qatubi, había decidido pasar unas vacaciones de
unos meses para visitar al Dr. di Lorenzzo, prestigioso
especialista italiano en cirugía andrológica.
Hamed Beuz Mohamed, primo del emir y Ministro del Interior de
Qatubi, recibió, pocas horas antes, la notificación del Prefecto
de Nápoles, de que habían finalizado las obras del Muelle de
Oriente del puerto de la ciudad, después de dos semanas de
trabajos urgentes para ampliarlo 15 metros y poder dar cabida al
lujoso yate del emir. Se dirigió a la suite real, y luego de
identificarse por inter-video, y de esperar que el emir tuviera
tiempo de ocultar convenientemente a su última concubina, Raisa,
una jovencita de 20 años, le fue comunicado que podía adentrarse
en los aposentos del emir.
- Salam, -saludó el ministro-. Me comunican, alteza, que el
muelle de Nápoles está dispuesto. Los 300.000 dólares que
otorgamos al Municipio para su ampliación han dado sus frutos...
- ¿Encargaste las flores?
- Sí, alteza. El helicóptero real ha partido para Jaifa y
estamos a la espera de su regreso al helipuerto del barco.
- ¿Y los tulipanes?
- Está previsto que durante la travesía un nuevo viaje del
helicóptero los recoja en Ámsterdam y los retorne al yate.
- Ya sabes, primo, que no me gustan estos retrasos...
- Han sido inevitables, emir...
- No hay nada inevitable cuando se pagan 6.000 dólares diarios
para tener flores frescas cada día. Que no vuelva a pasar , o
tendré que replantearme tu cargo...
- Sí, Abdull, será como tú dices.
- En cuanto lleguen las flores da órdenes de colocarlas en todos
los aposentos de mi séquito. Y no olvides poner rosas rojas en
el camarote de Raisa, y blancas y amarillas en los de Malika y
Fátima. En mi baño, tulipanes...
- Salam, alteza. Tus deseos serán cumplidos...
Hamed abandonó la estancia real con rabia contenida. Sus largos
años en Londres le habían dejado un poso de inconformismo social
que ahora, al servicio de su primo, se le hacía muy cuesta
arriba reprimir. Había intentado hablar con Abdull en más de una
ocasión, pero el emir siempre hizo oídos sordos a sus consejos.
Y no, no es que deseara convertir el emirato en un modelo de
democracia caduca y occidentalizada, pero insistía en, al menos,
guardar las formas de cara a la galería internacional, y sobre
todo de cara a la prensa internacional, tan sensible siempre con
los países del Golfo y sus cacareados "desmadres económicos y
sociales".
Hamed pensaba que gastarse diariamente 6.000 dólares en flores
-y para más escarnio compradas a los enemigos de Alá, en las
tierras del norte de Israel-, cuando muchos ciudadanos de Qatubi
subsistían en el umbral de la miseria, no era, precisamente, una
buena propaganda para el país, y, desde luego, para el emirato.
Pero Abdull siempre zanjaba la polémica con un "es voluntad de
Alá", que no daba para más discusiones posibles.
El Movimiento Qatubí para la Regeneración Moral, un grupúsculo
con escasos adictos y que sus servicios secretos creían estar
financiado por parte de la numerosa familia del emir, algunos
posiblemente bien colocados en altos cargos del Estado, había
lanzado unos pasquines en la capital poco antes del viaje del
emir a Nápoles para su tratamiento andrológico. Los panfletos,
que enseguida fueron retirados por sus hombres, rezaban:
"¿Alá es partidario de que se malgasten los recursos del pueblo
en viajes del Jefe del Estado de dudosas razones religiosas?
¿Aprueba el Corán que el cuerpo que Alá ha concedido sea
trasformado artificialmente para el placer?
¿Es justo que se derrochen las arcas del Estado en lujos
superfluos y en médicos innecesarios?"
Evidentemente las octavillas llevaban veneno y habían sido
confeccionadas desde posiciones próximas a la familia real, dado
que no se habían hecho públicas las verdaderas razones del viaje
del emir a Nápoles. Aún así el emir seguía sin desear analizar
las razones, y sólo ordenó la caza y captura de los terroristas
revolucionarios, y que fuesen sometidos, una vez convictos, a un
castigo ejemplar. Pero Hamed nunca podría confesar a su primo
que tenía más que sospechas de que al menos tres de sus esposas,
y dos de sus hermanos, estaban financiando el Movimiento y las
protestas.
La sirena del yate sonó con fuerza anunciando el puerto de
Nápoles. La travesía había sido con bonanza, aunque el emir
volvió a fracasar con la joven Raisa, que no consiguió, a pesar
de sus esfuerzos, que la hombría de Abdull cumpliera los mínimos
requisitos para el juego amoroso. Ni siquiera las cuatro viagras
con ginseng del Dr. Mustafá Alkiri habían valido más que para un
insoportable dolor de cabeza con fuertes punzadas en las sienes.
Las huríes bailaron, de nuevo, en sus narices, una danza
imposible de velos siniestros y negros.
El yate atracaba en el flamante nuevo pantalán del puerto de
Nápoles, sufragado por el emir, cuando Abdull se disponía a
entrar en su jacuzzi para darse un baño relajante antes del
desayuno. Notó que la puerta de su suite se abría lentamente, y
por ella apareció una niña de pelo muy rubio y extraños ojos
negros. Aparentaba unos 12 a 13 años, llevaba entre sus manos un
ramo de margaritas, y sonreía. El emir estuvo a punto de pulsar
la alarma por miedo a que, escondida en el ramo, la niña pudiera
llevar una bomba enviada por alguno de sus enemigos del emirato,
pero la sonrisa franca de la niña le detuvo.
- Y tú, ¿quién eres?
- Yo soy María... y te traigo un regalo...
- ¿Un regalo a mi, al emir de Qatubi?
- Sí.
- ¿No será ese ramo de flores tu regalo?
- Sí.
- ¿No sabes que yo me gasto todos los días más de 6.000 dólares
en las mejores flores del mundo?
- Eso me han contado, pero estas son margaritas silvestres de la
costa de Amalfi... Y son mágicas...
- ¿Ah, sí? ¿Y cuáles son sus magias?
- Si las hueles intensamente, pensando en un deseo, este se
cumplirá de inmediato.
- No me digas...
- Sí, es cierto, pero hay que tener cuidado: sólo una
inspiración intensa, sólo una; con cada inspiración el efecto se
multiplica proporcionalmente.
- ¡Tonterías! Y, por cierto, ¿cómo diablos has entrado en mi
camarote...?
Abdull se dio la vuelta para acercarse al timbre de emergencia y
llamar a la guardia de seguridad, pero cuando estos irrumpieron
en su aposento la niña había desaparecido como por ensalmo, y
sólo permanecía el ramo de margaritas silvestres encima de la
mesita de té de delante del sofá de seda india.
Dio orden de que buscaran y encarcelaran al jefe de su guardia
de seguridad, y dispuso a su ayudante para que desembarcara la
limusina y fueran a recoger al Dr. di Lorenzzo al Hospedale dil
Giotto para una primera consulta en el yate después del
desayuno.
El incidente con la niña le había dejado un poco soliviantado,
pero no estaba dispuesto a que nada importunase el objetivo
fundamental de su viaje a Nápoles. Cierto que allí estaban las
margaritas silvestres de María, pero era estúpido pensar que
aquellas pobres flores silvestres tuvieran propiedades mágicas.
Aunque, ¿qué perdía por seguir el juego, antes de darse su
masaje de agua a presión? Tomó el ramo, pensó en su pene
lánguido, y deseó que creciera y creciera, cada vez más duro,
mientras aspiraba con fuerza, una y otra vez, un olor amargo y
ácido que despedían las flores.
¡Tonterías!, -se dijo, mientras se introducía en su bañera de
chorros de agua-, pero no bien tumbado entre los surtidores
comprobó, boquiabierto, cómo su miembro se endurecía y crecía
como hacía años no recordaba. Estuvo a punto de dar un grito de
placer y júbilo, pero se contuvo pensando que podría tratarse de
un efecto óptico o transitorio. No, parecía que la niña tenía
razón con las propiedades mágicas de las margaritas silvestres
de Amalfi, se dijo, mientras se observaba de nuevo en los
espejos de las paredes del baño. Y allí seguía el ramo, en la
mesita de té de la antesala. Se acercó cuidadosamente a él, con
una mezcla de miedo reverencial y deseo, y aspiró profundamente
mientras pensaba: "más, mucho más, el más grande y más potente
de todos los siervos de Alá..."
El Dr. di Lorenzzo apenas pudo hacer más que diagnosticar un
"priapismo" iatrogénico de causa desconocida cuando llegó a la
"Perla del Desierto", y ordenar su ingreso urgente en la UCI del
Hospedale dil Giotto. Las constantes vitales del emir estaban
totalmente alteradas, con una hipertensión realmente mórbida, y
unas cifras de saturación de oxígeno y carbónico tan patológicas
que hicieron necesarias intubación inmediata y sedación
profunda, a pesar de la cual no fue posible dominar la rigidez
del miembro viril del emir, que seguía enhiesto como el palo
mayor de una goleta de cinco velas.
Cuarenta y ocho horas estuvo Abdull en la UCI del hospital antes
de que un fracaso renal agudo terminara con su vida, aunque no
con su priapismo intratable que nunca pudo reducirse, a pesar de
la sedación intensa y del óbito. En sus últimos minutos, Hamed,
Raisa, Malika y Fátima rodeaban el cuerpo agonizante del emir y
hacían cábalas de cómo dar la noticia al pueblo de Qatubi,
preparar el sepelio y designar al nuevo Jefe de Estado del
emirato.
Poco después de su muerte, y del traslado incógnito desde el
hospital a la "Perla del Desierto", en un féretro especial,
adaptado a los 30 centímetros de verga abanderada, Hamed ya
había pactado con las tres esposas presentes que, durante su
mandato, serían consideradas princesas herederas, y que las
margaritas silvestres de Amalfi sustituirían, durante su primes
mes de gobierno, a las flores importadas de Jaifa y de Ámsterdam
en los jarrones de la mayoría del séquito familiar del fallecido
emir de Qatubi, Abdull Alí Satur Alh Manabí.
Y los 6.000 dólares diarios en flores importadas -sentenció
Hamed Bezuz Mohamed, próximo emir del reino, por la gloria de
Alá-, serían invertidas en adquirir nuevos y más sofisticados
sistemas de seguridad para evitar atentados que pudieran
desestabilizar la armonía consensuada del emirato de Qatubi...
Notas:
- Existe, en la actualidad, un emir del Golfo Pérsico que gasta
diariamente 6.000 dólares en flores, que viaja en un yate de 150
metros de eslora y con más de 120 tripulantes, y que donó
300.000 dólares para hacer un pantalán adecuado para su yate en
el puerto de Nápoles.
- El "priapismo" (de Príapo, dios griego) es un síntoma que
puede aparecer en algunas lesiones medulares de la "cola de
caballo" sacra, y que se caracteriza por una erección continuada
y muy dolorosa del pene.
- No sé si las margaritas silvestres de Amalfi tienen
propiedades mágicas, pero puedo asegurar que son hermosísimas y
tienen un olor misterioso...