RETIRADO, CON SUEÑOS DE MANDO
por Quintín Dobarganes Merodio
Mi amigo y compañero Andrés tenía grandes condiciones para el
mando de fuerzas, cualidad que -según nos enseña la Ordenanza
Militar- ni se adquiere ni se aprende, sino que nace con el
propio individuo y la educación, únicamente a través de los
avatares de la vida.
Estas condiciones bien las puso a prueba el recordado Andrés en
su último destino como contramaestre de cargo en uno de los
buques de la Armada; pero para mí que su mayor mérito, a lo
largo de su interesante carrera, fue el alcanzado hace varios
años -ya en situación de pasivo- desde el que él consideraba
"puesto de mando" de su casa. Este hecho que voy a relatar es
una prueba irrefutable de la valía y sueños de esos hombres
maduros, que llevan en la masa de la sangre un espíritu orgánico
envidiable. ¡Lástima que estén ya arrumbados y no tengan ocasión
de hacer ver todos sus méritos al frente de algún importante
cometido civil, y los veamos "meditativos" por nuestras calles y
alamedas!
Con motivo de unas obras de alcantarillado que se realizaban en
la calle donde vivía Andrés, fue abierto un gran boquete
circular, sin que los obreros del Excmo. Ayuntamiento tuviesen
la precaución de dotarlo de las necesarias defensas para evitar
el peligro, máxime existiendo a varios metros una luz bastante
mortecina.
Nuestro hombre, comprendiendo que sus familiares y sus vecinos
podrían caer en la zanja al salir de sus casas, tuvo la genial
idea de movilizar a todos los rapazuelos del barrio
dirigiéndoles la palabra, a modo de arenga, desde su azotea:
-¡Muchachos!... La vida de los niños y de toda la gente está en
peligro. ¿Queréis realizar una obra humanitaria cercando de
adoquines esta fosa?
Y dos docenas de rapaces, al conjuro de aquella voz venerable y
enérgica, se pusieron en movimiento con todo desinterés y
realizaron la operación magistralmente en menos que se reza un
Padrenuestro. Yo me quedé asombrado al observar aquella febril
actividad, de los voluntariosos muchachos, dirigida en mangas de
camisa por el amigo Andrés, el contramaestre de la Marina de
Guerra, que daba la impresión de estar ordenando la maniobra de
vergas, cangrejos y escandalosas de un memorable velero, con su
pito a flor de labio y su gesto feroche de hombre de mar curtido
por las brisas de todos los mares. ¡Le daban el apodo de
"Ventolera"!
No pude menos, entonces, de felicitar de corazón al buen amigo y
camarada de inolvidables viajes por esos mundos de Dios, que
conservaba la virilidad y el tesón de aquella época feliz de
rudo hombre de mar, y terror en tierra de sujetos desaprensivos.
Andrés ya pasó a la vida eterna, dándonos a todos un verdadero
ejemplo de religiosidad, comprendiendo que sus sueños de mando
terminaban, para ponerse, con toda sencillez, a las órdenes del
Supremo Hacedor. Sus medallas, cruces y otras recompensas han
sido sustituidas por el premio inigualable de la Gloria.