Alta,
muy alta la luz.
Abajo, el mar.
Quisiera ser como el aire
remando en la pleamar.
Quisiera ser esa vela
que me invita a navegar
por esta bahía blanca.
Después volar y volar,
sobre los mares azules
para poderme encontrar.
Y llegar
donde están los marineros,
caracoleros de sal.
Mirar la luna de plata
llorando sola en el mar.
Correr
sobre aquellas olas.
Andar,
donde se pierde la angustia,
donde se encuentran los sueños,
donde el mundo es tan pequeño
que no se puede copiar.
Vivir,
entre las olas del mar,
es como ver las palomas
que buscan donde anidar.
Decir,
dice el cantaor
que no conoce la mar,
que quisiera ver los mares
para poderles cantar
mirabrás y soleares,
soleares de azahar.
Encontrar,
donde duermen las sirenas,
un lugar donde arribar.
Regar la tierra,
regar,
con el sudor de los mares,
y ver,
donde se puedan izar
las velas blancas del alma.
Hallar,
en las arenas, la calma
y entre las olas, amar.
Buscar,
buscar cada aurora,
cuando empiece a clarear,
la voz desnuda del alba,
suspiros de vendaval.
Y encontrar,
junto a la arena,
las conchas del litoral
jugando con las espumas,
que ya empiezan a bañar,
sobre el tendón de mi quilla,
los pies que besan la orilla
de las mujeres del mar.