No quiero pronunciar lo que presiento;
no quiero que Dios se nos termine
porque guardamos sus pedazos
en un recipiente demasiado estrecho.
No quiero.
La otra noche, amor, no fuimos
dos, ni uno en uno por la suma;
fuimos los que somos juntos,
esos por los que Dios
hace envoltorio de su Mano
para que nos amemos cerca.
Cuando el amor nos elige,
no tenemos nombres,
ni apenas cuerpos,.
sino esos por los que después
nos recordamos.
Por eso no quiero, amor,
pronunciar lo que presiento.