Tristeza, cólera angustia, miedo, rencor, son emociones penosas
que no son fáciles de sobrellevar en nuestro cotidiano vivir. La
emoción es un proceso que puede surgir por la falta de
adaptación que experimenta el ser humano. Todas las emociones
pasan por dos fases. Una emoción puede llenarnos de gloria y
hasta paralizarnos si la recibimos súbitamente y sin preparación
previa. Se confunde fácilmente emoción y sentimiento y sin
embargo son dos estados muy diferentes que suscita reacciones
corporales en nuestro cuerpo como el miedo y la cólera, sin
embargo la ternura y la tristeza son más difusas y durable y
reflejará mejor el momento emocional que estamos viviendo.
Las emociones se caracterizan por un trastorno fisiológico del
individuo que en su estado anímico puede hacerle sentir sudores
frío, temblores, palpitaciones y hasta la perdida del lenguaje.
Se podría confirmar que no existen dos personas a las que le
afecte de la misma forma una mala noticia. El comportamiento de
una y otra puede ser muy diferente. Depende de la sensibilidad y
fortaleza de lo que cada una es capaz de soportar y sentir.
Hamlet le dijo a su amigo Horacio: Hay pocos hombres capaces de
aceptar con igual semblante los premios y los reveses de la
fortuna. Cuántos hay que son esclavos de sus pasiones y no saben
dominar sus más vivos deseos.
El dominio de la persona, esa capacidad de afrontar los
contratiempo que la vida nos depara, más que una virtud es un
privilegio. Pocos son aquellos que saben controlarse en los
momentos difíciles; y no todas las personas tienen la templanza
y un fuerte espíritu para no exteriorizar lo que siente
profundamente.
El saber contener las emociones constituye la clave de nuestro
bienestar emocional. Tampoco es la panacea del siglo el intento
de querer permanecer feliz a toda costa. Habría mucho que decir
acerca de la aportación constructiva del sufrimiento a la vida
espiritual y creativa. El dolor y la pena pueden muy bien
templar el alma.
Alguien contó un día que en el comienzo de la guerra del Vietnam
un pelotón de norteamericanos se hallaba agazapados en unos
matorrales luchando con el Vietcong, cuando, de repente, una
fila de monjes comenzó a caminar directamente hacia el frente.
Iban despacio y parece ser que orando. Los seis monjes estaban
serenos y ecuánimes, sin duda alguna se dirigían a la línea de
fuego. Caminaban en línea recta, recordaba uno de los
combatientes que seguía arrodillado con un miedo que le
devoraba. Fue algo muy extraño alegaba este muchacho, pero nadie
disparó un solo tiro y cuando habían atravesado el campo la
lucha había concluido. La valentía y la marcha silenciosa de los
monjes apabulló a los beligerantes.
Eso nos demuestra que lo fundamental en la vida es saber
demostrar valor y dominio en situaciones difíciles y peligrosas.
En ningún momento exteriorizar el miedo y la inquietud que
apenas podemos contener y nos está reconcomiendo por dentro.
Ajustar el tono emocional de una determinada interacción
constituye, en cierto modo, un signo de control profundo e
íntimo que condiciona el estado de ánimo, no sólo de los demás,
sino también de nosotros mismos.
Tener una visión positiva o negativa puede ser de temperamento
innato El optimismo y la esperanza lo mismos que la impotencia y
la desesperación pueden aprenderse. Podemos llegar a creer que
tenemos el control de lo que nos puede ocurrir en nuestras manos
y que somos autosuficiente para afrontar todo lo que nos ocurra,
y no siempre esto es cierto. Sin embargo afrontar riesgos,
asumir dificultades y superar amenazas potenciales e
imaginativas puede ser un motivo alentador para ir adelante en
los momentos más difíciles de nuestra existencia.