CONSIDERACIONES SOBRE UN ANTIGUO AMIGO
por Quintín Dobarganes Merodio
En este mundo complejo y misterioso de nuestras penas hay
personas de todos los matices y de todos los gustos, porque, sin
duda, así lo ha querido el Creador para que nuestra convivencia
no resulte monótona y desesperante.
Si todos fuésemos iguales y todos pensásemos lo mismo...,
¡cuánto aburrimiento, amigos míos! Aunque parezca mentira, sería
insufrible. Porque tienen que existir el bueno, el malo, el
amable, el trabajador, el vago, el cuentista, el vividor, el
sablista, el cascarrabias, el hombre atómico o modernista en
grado sumo, el sinvergüenza... en fin, que cada uno los
catalogue a su modo y manera. Todos, son necesarios, para que el
mundo marche, y para que a su sombra o amparo puedan vivir los
diversos oficios, profesiones y "triquiñuelas" en que está
encuadrada la humana sociedad.
Voy a referirme hoy, concretamente, a un amigo que poseo en la
antigua Real Isla de León (mejor dicho que poseemos mi buen
amigo y compañero de fatigas don Evaristo y yo) y que no sé en
qué grupo catalogar. Se dedica a los negocios en general. Es la
amabilidad personificada, elegante, reverencioso, aire
donjuanesco, estampa de tenor italiano, y, por extraña
añadidura, un "rasca" imponente. Podemos decir que es el hombre
de las buenas palabras y ofrecimientos generosos, pero que al
fin todo se convierte en verborrea.
¿Recuerdas, caro Evaristo, cuánto nos ha hecho meditar ese
viraje en redondo del veleta de Doroteo de poco tiempo a esta
parte? ¿Por qué los hombres cambian tan radicalmente de la noche
a la mañana, al menos en este caso concreto? ¿Faldas, acaso, que
influyeron de manera negativa en su forma de ser? ¿Es posible
que esto ocurra en personas formadas y hasta bravuconas?
¡Evaristo, amigo, estoy en un mar de confusiones! Porque tú
sabes que Doroteo, cuando le tratamos en esos viajes por Oriente
y por Occidente de nuestros más entusiastas recuerdos, era un
hombre sociable y sensato. Después no sabemos lo que pasó Lo
cierto es que cuando le encontramos se deshace en amabilidad,
nos ofrece obsequios que nunca llegan a nuestro poder y, a la
postre, ante tanto desprendimiento teórico, tenemos que
convidarlo con nuestros mermados recursos pecuniarios, pese a
que siempre parece pretender eclipsamos con supuestas
grandezas.
Cierto, muy cierto, que a veces las buenas palabras pueden
causar un efecto saludable; porque las mentiras piadosas son tan
necesarias al espíritu como el aíre a los pulmones. Pero las de
Doroteo de los demonios no tienen esta condición, como tú sabes:
son simples y vulgares pasavolantes para salir del paso, en su
vida dislocada de los negocios.