Hola Kedir: ya sé que tus ánimos no son muchos, que llevas meses
viviendo en la angustia de una tierra que te duele, que, a pesar
de tu profesión de físico (o quizás por eso mismo), andas
intentando mantener del estraperlo de armas (¡tú, que siempre
fuiste un pacifista convencido y militante!) a tu familia, que
siguen sin cicatrizar las sangres arrasadas de dos de tus hijos
-Raad y Rijad-, que desaparecieron en el asalto a Faluya, tu
ciudad natal, que aún recuerdo de los tiempos en los que, con tu
mujer Leila, la recorríamos en las noches de calor después de
las cenas en tu casa, ahora semidestruida y convertida -según me
han dicho- en un refugio de perplejidad y dolor.
Me ha costado, querido Kedir, decidirme a escribirte esta carta,
porque me siguen faltando razones y palabras para animarte,
porque me siento sucio y culpable, a pesar de que mi voz intentó
mantenerse abierta y combatiente ante la hipocresía de los "amos
del mundo" con los que mi gobierno (aunque ya sabes que NO mi
país y mi pueblo) hizo causa común en la vergüenza y en la
mentira.
Pero hoy, Kedir, cuando he oído las noticias de la Conferencia
de Donantes para la Reconstrucción de Irak, que se celebra en
Madrid, esta ciudad que tan bien conoces porque viviste en ella
más de tres años y en la que compartimos también largas horas de
sobrecenas intercambiando conceptos sobre el devenir del Medio
Oriente y de la filosofía del Islam (todo un lujo para mí,
Kedir, dado tu agnosticismo religioso y tu profundo conocimiento
del chiísmo y del baasismo, al que no tuviste más remedio que
afiliarte a tu regreso a Irak para que los jerifaltes de la
Universidad de Bagdad te permitieran ejercer de Profesor
Agregado de Física Molecular), he sentido la obligación de
escribirte y recordar, entre la perplejidad y el cariño, que
somos parte de un mismo mundo en el que los valores esenciales
son masacrados desde la más profunda ignominia y falta de
respeto a una inteligencia elemental.
Primero, amigo, so pretexto de terrorismo de Estado (en un país
como el tuyo, rodeado de decenas de tiranos gobernantes), los
dueños del mundo, y sus adláteres babeantes, decidieron
aniquilar a un pueblo, derramar sangres inocentes, arrasar
sentimientos históricos, y ahora, después de haberse apoderado
de vuestro petróleo, de no haber encontrado las armas de
destrucción masiva que nunca existieron (como bien sabían), de
ni siquiera haber sido capaces de atrapar al dictador, han
decidido reconstruir tu tierra, eso sí, involucrando en la
falacia, de rebote, a millones de ciudadanos inermes que nos
opusimos de corazón a la destrucción masiva, y que aberramos de
que con nuestro trabajo se intente paliar ahora algo que nunca
tuvo que existir; o, lo que es aún más grave, que trescientas
empresas multinacionales y nacionales saquen partido del
sufrimiento de un pueblo, y de su sangre, haciendo negocios con
el dolor y la dignidad de unos hombres y mujeres que fueron, y
son, raíz de culturas milenarias, y gentes hospitalarias y
básicamente pacíficas.
Es tanta la vergüenza que siento, amigo Kedir, con mi
participación involuntaria en los negocios de los bárbaros del
Norte, que no sé cómo pedirte perdón desde lo más íntimo de mi
sentimiento de hombre libre y comprometido con la verdad.
Quiero que sepas, amigo, que somos muchos aún, en este Occidente
que se devalúa cada día entre hipocresías y chantajes, los que
aborrecemos de la filosofía del pragmatismo comercial y de las
mentiras consensuadas, a los que nos duelen intensamente los
dolores de las gentes que, como tú, Kedir, siempre pensaron que
la solidaridad entre mundos y filosofías diferentes era
imprescindible para la convivencia y el progreso pacífico y
armónico del planeta.
Algún día la Historia pasará factura a los dictadores
disfrazados de demócratas, y a los agregados necesarios en el
negocio de las sangres, y entonces, entonces, mi viejo amigo,
volverá a florecer la dignidad perdida en las transacciones
miserables de las guerras injustas y las hipócritas ayudas
humanitarias.
Mientras tanto, Kedir, acepta en esta carta las disculpas de mis
gentes y de mi familia para tu familia y tus gentes, y vamos a
luchar juntos, como podamos, para que las prepotencias salvajes
y las mentiras asesinas sean desterradas para siempre de los
gobiernos de los pueblos y de los hombres.
Soñar no cuesta mucho, ¿verdad Kedir?
Salam oli kum, y sukram, amigo, por permitirme sentirme algo
menos sucio e imbécil al juntar mis sentimientos con los
tuyos...