"Y si después de tantas palabras
no sobrevive la palabra." César Vallejo
Recordar a Vallejo en estos días equivale a proponerlo como
ejemplo. Las actitudes minúsculas nunca fueron suyas. Allí donde
latía cierta alta tensión humana se encontraba Vallejo en su
elemento.
La
vida y la obra del poeta peruano César Vallejo fue una rebelión
continua contra el estado de cosas. Su aparición señala dentro
de la lírica americana el primer chispazo de una nueva
presencia, adelantándose en el tiempo con ingenua espontaneidad
verbal de poesía recién nacida: y adelantándose tanto, que hoy
mismo, nos sería difícil encontrarle superación en su
autenticidad, y en sus consecuencias.
La poesía de Vallejo es tan directa y tan pura que puede
aplicársele aquella opinión de Debussy sobre un trozo de Bach:
"que no sabe uno como ponerse ni lo que hacer para sentirse
digno de escucharla". Su poesía es seca, ardorosa, como
retorcida duramente por un sufrimiento que se deshace en un
grito alegre o dolorido, casi salvaje.
"Versos que no son versos, poesía que no es poesía", como decía
Laforgue, poesía que no es literatura; que no está escrita en
letras muertas sino con vivas palabras. En la poesía de Vallejo
choca esta desnudez, descarnada, de un lenguaje, tan
exclusivamente poético, tan poco, o nada, literario.
No he de tratar de explicar esta poesía que es, como toda
poesía, por definición, inexplicable. La pureza poética de
Vallejo, como todo lo que se expresa tan estrictamente afianza
el sentido humano de lo verdadero: la poesía, que es lo más
humanamente verdadero.
El 16 de marzo de 1892 y en Santiago de Chuco, undécimo y último
hijo de un matrimonio que juntó en su prole sangre española y
sangre incaica, nació César Vallejo. Toda su vida creó con lo
que le faltó. Su pobreza se transformó en justicia. Su orfandad
en misericordia. Su soledad en compasión. César Vallejo realizó
el milagro de no consentir que los años, el hambre y la historia
le asesinaran el niño que siempre fue.
Vallejo se siente y, por lo tanto, se sabe ser espíritu del
pueblo. Renuncia a su persona individual para lograr el ser de
todos, confundiéndose con el destino de los demás. Frente a
quienes persiguen como supremo bien y a toda costa la
satisfacción de sus deseos particulares, Vallejo subordina el
suyo propio al bien común.
La voz de la poesía de Vallejo nos suena cada vez más honda y
más viva, también más dolorida. Como toda voz de poesía se
afianza y afirma con el tiempo.
Como en todo gran poeta, la vida lírica de Vallejo su lenguaje
trágico, se siente y se entiende hondamente entrañado en su vida
propia. En César Vallejo hay más, mucho más de lo que suele
pensarse y decirse que es un poeta.
"Muchas hambres, parece mentira... Las muchas hambres, las
muchas soledades, las muchas leguas de viaje pensando en los
hombres, en la justicia sobre esta tierra, en la cobardía de
media humanidad... Lo de España ha sido el taladro de cada día
para su inmensa virtud", nos dijo Pablo Neruda de su bienquerido
hermano. César Vallejo vivió y murió padeciendo hasta los
huesos, la terrible guerra española.
"Me moriré en París con aguacero", nos dijo César Vallejo,
premonitor de su muerte. Y así fue, en París un día de primavera
de 1938, un Viernes Santo lluvioso, apurando su cáliz español,
con el nombre de España en los labios. Decía: "Voy a España...
Quiero ir a España"... Fiel a su palabra: "¡Si la madre España
cae -digo, es un decir- / salid, niños de mundo; id a buscarla!"