Hace poco tiempo, la lectura era quehacer formativo. Decir leer
significaba estudiar paralelamente a los libros de textos. Más
adelante aparecieron las revistas frívolas y la lectura perdió
su carácter serio y minoritario. Las publicaciones ilustradas
pusieron al alcance de mucha gente una posibilidad de
entretenimiento o de cultura pequeña para iniciar a los que no
podían acceder a los libros de gran envergadura.
Lo mismo que la enseñanza, la lectura cubre un amplio espectro
social. Los jóvenes tienen una familiaridad con los libros que
asombran a los mismos profesores, hasta el extremo de que
presentan una capacidad crítica elemental bastante sólida y ni
que decir tiene que profundizan con un criterio más formado. Es
inútil vociferar por parte de muchos adultos que la juventud
actual está mucho menos preparada que antes y que incluso se
muestra más salvaje y despectiva con esos valores.
Aparentemente los jóvenes pueden parecer más deportivos e
irrespetuosos con las concepciones tradicionales, pero en el
fondo, cuando se les ve estudiar y trabajar en un aula esas
apariencias se desvanecen y el profesor no puede negar su
sorpresa observando cómo el rendimiento es mucho más alto de lo
que esperaba.
Voy a decir una cosa obvia: eso ha sido posible gracias a la
cultura. Con esto he querido señalar que la lectura progresiva
de las distintas etapas han posibilitado ese, llamaríamos
adiestramiento, ocio que en fases superiores aligera allana las
dificultades que puedan surgir.
Ahora bien -y a esto quería llegar-, cuando se hayan cubierto
grandes niveles de conocimiento e incluso de curiosidades, hay
un cierto cansancio y el lector, joven maduro, se fatiga.
En otras épocas se desconocían muchas regiones y costumbres,
además, de la ausencia de la televisión, mas el cine fomentaba
el mecanismo insólito de la fantasía. Cuando el interés por esos
temas se ha satisfecho con creces y los medios de comunicación
anteriormente citados han llenado de imágenes 1os ojos de la
gente, la lectura ha perdido gran parte de acicate que tuvo
antes.
Podemos resumir diciendo que los jóvenes de hoy tienen un trato
con los libros del que antes carecían sus padres y abuelos.
Están mejor preparados para esgrimir un criterio. Por otra
parte, la televisión y el cine han sustituido en gran escala a
la lectura por la cantidad de imágenes comentadas que aportan.
Nos encontramos, pues, con una cierta fatiga mental propia de
las épocas de acumulación cultural, pero a esto hay que añadir
la diversidad de entretenimientos de que dispone el mundo
civilizado de hoy. Es ahora cuando hace su aparición esa
pregunta, a, la que daremos contestación otro día: leer, ¿para
qué?