Homenaje al Juan Sebastián de Elcano (2)
por Quintín Dobarganes Merodio
A
la vista del Peñón de Gibraltar. Adiós a España. Malta.
Las luces de la ciudad de Cádiz, que quedaron por la popa,
fueron extinguiendo con lentitud sus potentes reflejos. El 22, a
las once de la noche, levamos y a las diez de la mañana del
siguiente día, avistamos el Peñón de Gibraltar que con gallarda
firmeza se mantiene inerte en el estrecho de su nombre. ¡Lástima
que los ingleses tengan tan gran dominio en el Mediterráneo
pudiendo ser legalmente nuestro, de España!; pero nosotros nunca
hemos sido tan egoístamente fanáticos.
Los españoles, nobles y leales, se perdieron por su
caballerosidad e hidalguía. Al repasar nuestra Historia,
recordamos que nuestra Patria antaño era grande y fuerte,
virtudes adquiridas a fuerza de heroísmo y espíritu ansiosamente
noble y románticamente aventurero, abriendo cauces y puertos de
luz con sus descubrimientos y magníficas epopeyas a las
apetencias del mundo y a sus hombres
sabios,
saciando sus deseos de científicas y espirituales ampliaciones y
llevando al íntimo convencimiento de los que nunca en nosotros
creyeron, que nuestros hechos eran espléndidas realidades, y, si
es cierto que actualmente para España se ha extinguido la
antorcha o buena estrella de su antiguo poderío, no es menos
cierto también, que nuestros despojos nos fueron hechos por la
arbitrariedad, la superioridad numérica y el egoísmo. La
Historia de los pueblos se repite, no existiendo fundamento para
no creer en un nuestro y quizás no lejano resurgimiento y que
nuestra recia y auténtica personalidad no sea "flor de un día".
Y dejando a un lado estas divagaciones, corremos el albur de
nuestra oficial y romántica aventura.
Navegando con el corazón embargado de misteriosas sensaciones,
dándole a España un adiós valeroso y con la esperanza de volver
a ella fuertes y llenos de optimismo, perdemos de vista las
costas españolas, para orientarnos con el meridiano rumbo a la
Valetta.
Siete días de navegación fueron transcurriendo apaciblemente. A
bordo reina un ambiente agradable. Todos nos sentimos orgullosos
de ir en un pedazo de España a conocer nuevos horizontes; pero,
prescindiendo de esto, ¡qué triste es encontrarse en el inmenso
piélago, aislados de todo el mundo y contemplando tan solo cielo
y agua!
Es triste en verdad, pero todos somos jóvenes y valerosamente
salvamos los obstáculos que con frecuencia se interponen, con el
fin de dejar a España a la mayor altura y demostrar en los demás
países, que el español siempre fue bizarro, dispuesto a dejar
dignamente enhiesto su pabellón en los más delicados trances.
¡Amanece! Es el crepúsculo matutino del día 29 de Agosto que
viene a anunciarnos la terminación feliz de la segunda etapa.
Con gran júbilo divisamos allá en lontananza el puerto de la
Valetta, que, con su anchurosa bahía, se extiende a través del
Mediterráneo.
Entramos con lentitud saludando a la plaza con una salva de 21
cañonazos y la banda de música toca seguidarnente el Himno
Inglés. Una batería de tierra contesta a nuestro saludo; el
remolcador del práctico nos sigue a corta distancia por la popa
y en la bahía, en medio de una cantidad considerable de
elegantes góndolas, dimos fondo.
El archipiélago maltés, que además de Malta (o antigua Melita)
lo forman Gozo, Comino y los islotes Fiéfola y Cominotto, se
encuentra -como es sabido- bajo el dominio de Inglaterra que le
conquistó en 1800. El idioma oficial es el inglés, pero
predomina el italiano entre los nativos. El puerto de la Valetta
lo surcan infinidad de vistosas góndolas que, a primera vista,
nos da la agradable sensación de que nos encontramos en Venecia,
la ciudad misteriosa, la incomparable "perla del Adriático".
A las tres de la tarde saltamos a tierra y es digno de
admiración el panorama que ofrece la isla. La ciudad es bonita,
pero de un ambiente triste. Quizá nos parezca eso; el meridión
de nuestra sangre está habituado a otras expansiones, porque
causa gran aburrimiento encontrarse en un país, donde -la mayor
parte- no podemos entendernos a entera satisfacción con los
habitantes que lo integran.
Malta tiene sus costumbres típicas, sobre todo en medios de
locomoción y tracción, lo mismo que en sus formas de vestir los
naturales. Las mujeres van completamente enlutadas y, como
detalle pintoresco, llevan en la cabeza una especie de toca en
forma circular graciosamente inclinada a un lado que, a ciencia
cierta, no se puede precisar si es para prestarles cierta airosa
belleza o para preservarse del sol o de la lluvia.
La ciudad no es sucia ni limpia, está bien urbanizada y en
general, estratégicamente subterraneizada; la arquitectura es
muy sólida, de estilo parecido al catalán. El principio
religioso está muy arraigado hasta el extremo de que, en las
esquinas de cada calle, aparecen adosadas a determinada altura,
esculturas de proporcionadas dimensiones y buena factura. Al
anochecer, estas mujeres suelen discurrir por las calles
acompañadas de sus hijos pequeños, rezando con un rosario en la
mano, abstraídas e indiferentes a todo cuanto a su lado
acontece.