Si lo traducimos a números y lo miramos desde otras
perspectivas, es curiosísimo comprobar nuestra edad, cómo y en
qué se nos va el tiempo de vida y algunas de las funciones de
nuestro organismo.
Por ejemplo, ¿sabe Vd. que una persona de 75 años -medidos con
unidades distintas al año- lo que ha vivido son 900 meses, ó
3.900 semanas, ó 27.300 días? ¿Y sabe Vd. que esa persona se ha
llevado 25 años de su vida -o sea, 300 meses, ó 9.000 días, ó
72.000 horas- durmiendo?, ¿y que ha dedicado a comer casi siete
años de su edad total?, ¿y que, si es hombre, se ha estado
afeitando durante 1.800 horas?, ¿y que, si es mujer, se ha
llevado alrededor de 10.800 horas delante del espejo?, ¿y que,
en ambos, el corazón ha tenido que latir unos 3.000 millones de
veces? ¿y que por sus pulmones han pasado alrededor de 320.000
metros cúbicos de aire?, ¿y que su estómago ha tenido que
soportar aproximadamente 30 toneladas de comida sólida y otras
60 toneladas más de líquidos de todo tipo?
Pero todos estos datos y cifras, con ser muy interesantes,
pierden interés en el momento que nos enfrentamos con las
macrocifras de lo infinito. Hablar de ello, de este universo tan
próximo y lejano al mismo tiempo que nos rodea y del que
formamos parte, es hablar del más sublime desconocido que
conocemos.
Para dar un ejemplo de nuestra pequeñez y desconocimiento basta
tan sólo unas simples referencias.
En una noche de buena visibilidad y a simple vista, un individuo
normal alcanza a ver de 5 a 6 mil estrellas. Pero las existentes
son muchas más, tantas que desborda las cuentas y la imaginación
de hasta el más avezado matemático.
Se ha calculado -muy fundadamente- que en nuestra galaxia, la
Vía Láctea, existen unos 100.000 millones de estrellas. Si
tenemos en cuenta que el universo, digamos "conocido" -también
según datos contrastados- alberga unos 100 millones de galaxias
semejantes a la Vía Láctea, resulta que el numero total de
estrellas se eleva a la enorme cifra de
10.000.000.000.000.000.000, o sea, 10 trillones de estrellas de
características iguales o parecidas a nuestro Sol.
Naturalmente, si tenemos en cuenta que cada uno de estos soles
puede tener un sistema de planetas girando a su alrededor -más o
menos como el nuestro-, habría que multiplicar la cantidad por
equis planetas para saber cuántos cuerpos celestes como la
Tierra existen en el universo conocido-desconocido. Y aún
quedaría otra multiplicación para añadir el número de satélites
cómo nuestra Luna.
Y si hablamos de distancias, si tenemos que comprender
longitudes como las que nos separa de otros cuerpos celestes...
Sí, ya sé, es imposible, pero caben ejemplos.
Alfa de Centauro, la estrella más próxima a nosotros, está a 4
años viajando a la velocidad de la luz (300.000 mil Kms. por
segundo). ¿Le dice algo? Otro ejemplo: si en este mismo momento
nos estuvieran mirando con un potente telescopio desde un
planeta situado relativamente cerca de nosotros, digamos a sólo
2.000 años luz, ¿saben qué verían? Pues no, no nos estarían
viendo a nosotros, ¡estarían viendo el nacimiento de Jesucristo
o el incendio de Roma!
¿Lo imaginan? No, ya sé que es imposible. Sin embargo, es
cierto. Ahí está.
Si echamos una mirada a una noche estrellada tendremos un buen
motivo para reflexionar...