Tres días faltan para las elecciones generales, pero hoy,
cuando usted esté leyendo estas líneas, ya se conocerán los
resultados. Sin embargo, en este momento, Carod Rovira
debiera estar envenenándose con el bíter que dice desayunar
todas las mañanas y a su mantenido, Pascual Maragall, el
primer carajillo del día debería sumirle en un profundo,
prolongado y trágico delirium tremens.
Dicen que son cinco las explosiones. Dicen que todas las
bombas han estallado en trenes de cercanías. Se sabe que a
estas horas los pasajeros son trabajadores y estudiantes,
gente de bien. Se habla -transcurridos sólo unos minutos- de
cien muertos. Y mientras tanto se alzarán copas de cava,
vasos de pacharán con hielo y hasta chupitos de orujo.
En la campaña electoral un sólo lema: Todos contra el P.P.
A mí, ¿qué coño me importan, en éste momento, las
elecciones? ¿Qué carajo me importa el P.P. o el PSOE o la
madre que los parió? Me importan, y mucho, los heridos, los
muertos yacentes sobre las vías, los jóvenes nerviosos que,
quizá traumatizados para toda su vida, contestan temblorosos
a los periodistas. Me importan los familiares, las madres
que lloran, los padres incrédulos, los hijos desolados. Me
importa mi País, la Paz, con mayúsculas, la convivencia, el
futuro, el progreso, la unidad de España; y odio a los
terroristas, a los que con ellos pactan, a los que se
sientan a una mesa para negociar oscuras pretensiones, a los
que se alían para apoyar acuerdos inconfesables.
Ibarretxe se asoma a las televisiones compungido. Zapatero
habla de terror mezclando con sus palabras velados mensajes
electorales y otros callan por no saber qué decir.
Alzo la vista y veo hierros retorcidos, vagones humeantes,
sanitarios que corren, policías que se desviven en ayudas,
muertos, heridos, llantos y mucha sangre.