Las tradiciones no se improvisan. Las tradiciones no son
caprichos de un pueblo que las adapta cuando le parece. Según su
etimología, o sea la raíz de la palabra, tradición significa lo
que nos trae el tiempo desde muy atrás, desde el comienzo de la
memoria de un pueblo o comunidad como una raíz a la que vuelve
esa memoria para no perder su identificación. Partiendo entonces
de este significado, llegamos a la idea de que esas tradiciones
que asimilamos en la niñez y aceptamos libremente cuando somos
mayores, vienen de nuestros antepasados. Ellos, a su vez,
también fueron receptores.
Pero, ¿cómo se afianza una tradición, con qué razones y
convicciones un ciudadano cualquiera, más o menos cualificado,
admite el contenido de una tradición y lo incorpora a sus
hábitos, lo vive, lo piensa lo ama y, en suma, lo hace suyo
hasta el punto de defender esa institución? Porque no cabe duda
de que una tradición se instituye, toma cuerpo y se eleva par
encima de las generaciones, y también es como una veleta que
marca con el viento de los tiempos la dirección espiritual de
ese pueblo concreto que posee ese conjunto de creencias, ritos y
costumbres, respetables y sagradas.
He dicho sagrada, pero en un sentido muy amplio. Hay tradiciones
sacras y tradiciones profanas, si echamos mano del lenguaje
religioso. Tradiciones con las que el pueblo se solaza, se
dispersa mentalmente, se destapa la válvula de su inconsciencia
y encuentra en esas manifestaciones un medio legitimado y
momentáneo para expresar su íntima condición. También hay
tradiciones con las que el pueblo se introvierte, se concentra,
se espiritualiza.
Habrá quien sea enemigo de ellas porque opino que
despersonalizan, que nos obligan a adoptar unas máscaras
circunstanciales. Habrá quien esté convencido de que es una
consecuencia mecánica de una motivación adquirida también
mecánicamente. Yo creo que no, y voy a dar unas razones.
Todos llevamos en nuestra alma una periferia que nos pone en
contacto con problemas comunes, problemas que nos afectan a
todos, o, en casos concretos, a grupos determinados Nadie puede
esquivar ciertos deberes de educación. Hay, por lo tanto, una
vida social, y detrás de ella una vida personal. Todavía podemos
hacer un apartado de vida íntima, de actos o pensamientos muy
nuestros, incluso inconfesables, Entonces yendo de un grado a
otro de esa escala de la existencia, nos damos cuenta de que
vivir es en cierto modo estar de acuerdo con los otros en muchas
cosas, Incluso en algunas que no realizamos sinceramente. Pero
este es el tributo que pagamos al intercambio de valores de todo
tipo.
Sin embargo, las tradiciones tienen una reciprocidad positiva.
Son, si se quiere, mitos, pero mitos necesarios para oscurecer
nuestras diferencias y olvidarnos de nuestras particularidades.
Con este gesto nos sumergirnos en un mar común de alegrías o
devociones, conscientes de que esa adhesión no es inútil ni
idiota, sino que nos reconcilia y nos hermana en este caminar
desbrozando dolores, gozos incógnitas y misterios.