Yo acababa de ingresar al Colegio Nacional Déan Funes, calle
Rioja esquina avenida General Paz. Claro, en Córdoba, Argentina.
Él cursaba el quinto, último año de aquella secundaria. Estaba
entre la muchachada, enseguida lo reconocí. Era el Che.
Hola, Che, le dije. Sin contestar mi saludo, tomándome de un
brazo me llevó aparte donde no nos escucharan. ¿Sos boludo, vos?
¿Cómo me decís Che delante de todos? Nadie debe saber que soy el
Che. Pero si yo no te decía Che con mayúscula, sino che con
minúscula. Por supuesto, era una mentira. ¿Seguro? desconfió el
Che. Sí, sí, vos sabés, en la muchachada todos nos tratamos de
che, segurísimo, Che, digo, che. Viste, viste como te equivocás...
¡aguas! No, qué digo, si todavía no llegué a México... ¡ojo,
mucho ojo! Si se entera la policía, me meterá preso, y qué le
digo después a Fidel, me estará esperando y yo...
Y sonó la campana para la salida de clases, nos fuimos juntos,
el Che y yo. En el camino nos cruzamos con Michael Fox y cuadras
más adelante con Terminator. ¡Voy a ser Presidente! nos gritó.
Sí, dijo por lo bajo el Che, tan Presidente como yo Libertador.
Y seguimos caminando, ojalá me vieran mis amigos; y a todo le
decía que sí, Che, digo, che.