No cabe duda de que el Estado del Bienestar -que es eso que se
traduce por comodidad y abundancia de las cosas para vivir a
gusto- va alcanzando cotas bastante apreciables, tanto en esta
España de nuestros pecados como en la mayoría de los países
desarrollados.
¿Quiere esto decir que hemos conseguido lo que K. Boulding
llamaba un "mercado perfecto", o sea, optimizar nuestras
economías de manera que exista un estado de competencias
perfectas? Naturalmente que no. Esto no se da -ni puede darse-
en ninguna sociedad en la que -como la de los susodichos países-
su funcionamiento está basado en el capitalismo.
Como no quiero exponer aquí ninguna teoría de expertos
economistas -que nunca caminan paralelas a las de los teóricos
éticos-, ni tampoco joderles la tarde acusándole de cosas de las
que Vd. ni tiene culpa ni podría hacer nada por evitarlo, lo
mejor será que me limite a exponer la situación que motiva esta
página y las consecuentes reflexiones.
Porque de lo que quiero hablarles es de que -aunque Vd. no los
ve ni sabe que existen- hay actualmente en el mundo unos 30
millones de esclavos que son explotados trabajando para nuestro
confort.
Que conste que les hablo de esclavos en el sentido más literal
de la palabra, o sea, de gente, de humanos como Vd. y yo, que
tienen dueño y señor y los explota como le viene en gana como
una propiedad más. En algunos países, Ghana, Mauritania, Sudán,
la India, Birmania, Tailandia, Haití, etc., con el total
beneplácito de los gobiernos y policías locales que, en muchos
casos, son simples mafias que se encargan de su explotación.
Hablarles de los horrores que pasan estos desgraciados cada día
-y ponerles un rostro y detallarles cómo se desenvuelve su
infierno diario- les pondría la carne de gallina y maldecirían
en arameo a tantos hijos de putas que comparten nuestros tiempos
y, a veces, sin saberlo, hasta las más próximas distancias
cuando tomamos nuestra cerveza con tapa de calamares en el bar
de la esquina.
Sí, ya sé que Vd. no tiene plantaciones de caña o de cacao en el
Caribe, ni industria cristalera en la India, ni de pescado ahí
al lado en Ghana, incluso ni ha hecho ningún viajecito
"cultural" a Bangkok o Phnom Penh, pero... ¿Sabe Vd. por qué le
costó cuatro cuartos ese magnífico abrigo de piel que luce su
señora y que compró en los grandes almacenes de marras, o los
vaqueros que compró en el mercadillo de los jueves? ¿Y sabe Vd.
por qué son tan baratas las latas de caviar del supermercado, o
ese juguete tan mono que le regaló a su sobrino por su
cumpleaños, o la completa caja de herramientas que compró en la
tienda de todo a cien? ¿No lo sabe? ¿O sí...? Bastaría con
rascar un poco con la uña en la lata de caviar o en la piel de
su magnífico abrigo para ver el sudor y la sangre de quienes,
allá lejos, se dejaron la vida para hacerlos...
Desgraciadamente, ni Vd. ni yo podemos hacer nada por evitarlo.
Y, aún más triste, no tiene que ir "allá lejos" para ver cómo la
vida y la dignidad de los seres humanos no valen un pimiento: en
cualquier suburbio de la gran Barcelona, de Madrid o de otras
muchas ciudades de nuestro entorno, puede encontrar locales,
pisos o sótanos donde en unos pocos metros se apilan cientos de
asiáticos, negros u otras pobre gente que huyeron de la
esclavitud y explotación a que eran sometidos en sus países de
origen para ser explotados y esclavizados en nuestra rica
Europa.
Le repito, ni Vd. ni yo tenemos culpa de esto. Ni de que haya
tanto hijo de puta engordando su panza y su cartera con las
vidas de otros. Ni de que el bendito San Pitopato, su general en
jefe, su representante legal por estos lares, los justos de la
justicia, el guardia de la porra y los santos próceres del
gobierno estén siempre mirando para otro lado.