Me visita mi amigo argentino. Abro la puerta, entra, son pasadas
las once de la noche, ni un hola da, pone un par de libros sobre
la mesa, se sienta y sin más me espeta:
- Soy un cortapija.
Por el tono suena como si hubiera dicho tengo cáncer en fase
terminal, pero de momento no lo advierto. ¿Cortapija? Ah, sí: mi
amigo tiene ahora algo que ver con la fabricación de tornillos.
Y sorprendido, le digo:
- Otra vez cambiando de trabajo. ¿Ya no eres asesor...? ¿Y qué
oficio es ése de cortapija?
Mi amigo está hablando en argentino. A pesar de los años vividos
en México, sigue como el día de su llegada. Y pija en su idioma
quiere decir pene, lo cual se explica si se piensa en la
morfología del tornillo.
Me doy cuenta de golpe y quedo mirándolo boquiabierto.
- Sí, un cortapija, tengo el pito muy corto.
Y mientras él articula las primeras palabras de una larga
explicación, creo recordar... cierto: lo he leído en Hemingway;
cuenta que una vez, residiendo ambos en París, su amigo, el
escritor Scott Fitzgerald, le hizo idéntica confesión. Pero ya
mi cuate es una catarata.
Vos sabés la importancia que eso tiene para la gente, como signo
de virilidad y de dominio, en fin, tal vez más entre los hombres
que para las mujeres mismas, pero ellas acaban usándolo como
argumento...
Lo interrumpo: ¿de qué estás hablando? la cosa me parece
bastante minúscula. Y sin quererlo he lastimado a mi amigo quien
responde con pesar: sí, una cosa minúscula es la fuente de mis
problemas. No puede ser, no puede ser, insisto yo, si tienes una
vida sexual regular, casado, con hijos, una mujer que te respeta
y te es fiel... ¿de qué estás hablando?
-Es cierto -reconoce mi amigo-, la compañera no es peligro para
las comparaciones, nos casamos muy jóvenes, en una época en que
la mujer llegaba virgen al matrimonio y me ha sido fiel... pero
siempre he querido conocer otra, mis colegas asesoras por
ejemplo, y tal vez a la hora de coger no llegaran a darse
cuenta, eso es inflable, pero voy a la cama con miedo y me
agarran las inhibiciones, no se me para... yo sé eso de "no
importa el tamaño sino que sea conversadora", pero igual sufro
las inhibiciones y he estado leyendo libros, parece que ocurre
pues en el fondo me siento culpable de caer en la infidelidad,
sin contar el miedo al sida... ¿por qué me tuvo que tocar a
mí...?
Mi amigo parece meditar unos segundos la imposible respuesta y
prosigue: también la literatura médica trata el asunto, pénis no
me acuerdo qué aludiendo a tenerlo de tamaño niño, las
inhibiciones me persiguen no te imaginas hasta dónde, no entro a
los baños públicos porque tengo miedo que el meador vecino se
asome a mirar y se ponga a burlar de mí y agredirme como en la
secundaria cuando en la clase de gimnasia había que
desvestirse... y si el baño público está solitario tampoco me
siento tranquilo pues alguien puede entrar en cualquier
momento... en el cine tengo que aguantarme las ganas, el ser
cortopene me inhibe y eso me lo retrae hasta casi desaparecer de
la vista... es mi secreto, es la primera vez que lo cuento, temo
constantemente me descubran, luego no soporto me estén viendo
cuando me cepillo los dientes o me afeito, o cuando estoy
cortándome las uñas y menos todavía las de los pies, no puedo
leer una carta delante de otras personas ni contar el dinero, me
equivoco, debo irme a otro lado donde me sepa al abrigo de los
ojos de la gente... siempre el temor a ser descubierto como si
fuera un delincuente, me parece que todos me escudriñan para
averiguar mi gran secreto, mi vergüenza, mi injusta anatomía y
con el ridículo hacerme pedazos... ¿piensas que serviría de algo
consultar un psicólogo? En cambio los franceses, bueno, por lo
menos los de París, yo los he visto, con tanta facilidad la
sacan y se ponen a mear en plena calle, como si nada, están
conversando con vos, attendez une seconde y se van contra la
pared para que no les salpique y queda el reguero sobre la
acera, vuelven y retoman la conversación como si nada... me
producen la más profunda admiración ¿por qué ellos pueden y yo
no? une petite seconde, s'il vous plait y ya está, no tienen
miedo a que nadie se ponga a mirarlos...
Mi amigo finalmente se ha detenido, ensayo algo así como un
comentario amable, informal, gracioso, no sé: tal vez se ponga
pronto de moda el pito pequeño, fíjate las estatuas griegas, era
parte de la armonía de los cuerpos... ¿qué más hubiera podido
decir ante ese delirio sexual en catarata?
Mi amigo súbitamente se apaga. La sesión de confesiones ha
terminado y se queda mirándome esperando una palabra. ¿Insisto
con esos temas, de su familia, debe conformarse con lo que
tiene, quizá buscar la atención de un psicólogo? ¿Y qué podría
decirle que ya no supiera? Mi amigo queda vacío tras las
confesiones y éstas, salvo como desahogo, son inútiles, yo no le
traeré soluciones. Tristemente recoge sus libros y se va este
Don Juan fracasado por culpa de la anatomía. Tristemente se va
sin que pueda ayudarlo.
Son pasadas las cuatro, la madrugada está fría, llevo los vasos
a la cocina, apago las luces, me acuesto. Pero no consigo
dormir, mi amigo se perpetúa en las imágenes, da vueltas en mi
cabeza. Y entonces vuelvo a recordar a Hemingway, su diálogo con
Scott Fitzgerald. Éste le confía que su mujer, la única con
quien se ha acostado en la vida, lo chantajea: es culpable, le
dice, de ser cortopene, causa de sus traumas de mujer
insatisfecha. Una cuestión de tamaño, y tal es el título del
relato de Hemingway, publicado tiempo después de la muerte de
Scott, a quien entonces alecciona: "es el más viejo
procedimiento que la humanidad ha inventado para declarar a un
tipo en bancarrota". Y le recomienda otra perspectiva visual,
que no lo contemple desde arriba como habitualmente se hace,
sino de costado en un espejo y verá que no es tan pequeño.
Salto de la cama, rápidamente ubico el texto en mi biblioteca y
corro a telefonear a mi amigo, en este libro se lo reivindica.
¡Hemingway lo reivindica! Y bien, le leo el relato completo. No
hay respuesta, cuelga sin decir palabra. Vuelvo el libro a su
lugar y me acuesto.
Pero la historia no termina aquí.
II
¡Sensacional! ¡Los cortopene se sacaron la grande!
Al otro día, una noticia sensacional da la vuelta al mundo: los
cortopene cogen más o mejor que los largopene; y como si esto
fuera poco, viven más. Claro, por una razón bien sencilla:
tienen menos peso que levantar, la erección les cuesta menor
esfuerzo, no es lo mismo inflar un globo grande que otro
pequeño, y así no recargan al corazón, pasaporte seguro a la
crisis cardíaca. Y luego, mantenerlo inflado, las proporciones
se invierten: los largopene son de tiro corto, los cortopene son
de tiro largo, se la pasan coge que te coge.
Con lo cual, el sujeto largopene se siente orgulloso de cómo lo
ha armado la naturaleza, y en realidad se divierte menos y ha
firmado su sentencia de muerte, casi nada. Y bien, todo esto es
fruto de investigaciones científicas de alto nivel emprendidas
en el Instituto de la Longevidad con sede en California. Allí
los doctores Bluscumbliscli y Niablal, de fama internacional,
han llegado a conclusiones irrefutables: sobre 6787 cortopene y
6422 largopene, el promedio de vida para los primeros resultó de
76.4 años y para los segundos de 52.5 años.
¿Que les parece?
Y hay más, se ha observado una alta frecuencia de eyaculación
precoz entre los largopene, pues, al no saber si les darán las
fuerzas para acabar la tarea, se angustian, caen en la
sobrexitación y es cuando -¡zas!- se poncha el globo.
Ahora sí, mi amigo está plenamente reivindicado ¡la ciencia lo
ha reivindicado! Y bien, enciendo el televisor para conocer más
detalles de la sensacional noticia, cuando suena el teléfono, es
mi amigo. Está radiante, se apresta a vivir cien años y me
anuncia que se dedicará a las mujeres de tiempo completo,
superada toda inhibición. Yo lo felicito por su cortopene y él
se despide diciéndome que llamará a otros para participarles la
lotería que se ha sacado. Mientras tanto, la televisión informa
que la comunidad científica mundial pide se otorgue el Nobel a
los doctores Bluscumbliscli y Niablal, quienes, rodeados de sus
esposas e hijos, posan para las cámaras. Un cartel cubre ahora
toda la pantalla: no importa el tamaño sino que sea
conversadora.
Y ya los periodistas van sobre los dos sabios y les preguntan:
- ¿Cómo les nació la idea de emprender estas investigaciones?
Y la respuesta de los sabios, a coro:
- ¡Mirándonos al espejo!
Y las esposas, ante las cámaras, sonríen de felicidad.