El hombre, ser curioso por naturaleza, siempre ha querido saber
de todo lo que le es desconocido, pero la necesidad de saber de
la existencia de un vecindario extraterrestre supera en éste los
limites de la mera curiosidad.
La leyenda marciana, que se ha convertido en un tópico a la hora
de referirse a presencias inteligentes más allá de nuestro
planeta, comenzó en 1882, cuando el científico italiano Giovanni
Schiaparelli anunció el descubrimiento de canales en Marte que
cambiaban de forma poco natural estacionalmente. Desde entonces,
la imaginación humana, espoleada por la paulatina ampliación de
los horizontes cósmicos, ha especulado desmesuradamente sobre la
existencia y apariencia de seres galácticos.
¿Un mero deseo o una posibilidad seria? En el colectivo
científico se dividen las opiniones. El pionero del proyecto
SETI, Frank Drake, reflejó su optimismo en una famosa ecuación.
La aparentemente irreprochable ecuación Drake cifraba las
posibilidades de que existieran civilizaciones inteligentes en
tres variables: el número de estrellas con sistema planetario,
las probabilidades de que hubiera planetas con condiciones de
habitabilidad y, por último, el tiempo que duraría una
hipotética civilización extraterrestre sin autodestruirse.
Carl Sagan hizo sus cálculos y llegó a la conclusión de que sólo
la Vía Láctea podía albergar un millón de civilizaciones
inteligentes. El proyecto SETI debe contar además con la
eventualidad añadida de que los buscados extraterrestres se
comuniquen por señales de radio. La Tierra, sin ir más lejos,
cumple ese requisito desde hace poco menos de un siglo.
La opinión de los biólogos evolucionistas es, sin embargo, más
desalentadora. La increíble concurrencia de casualidades que
propiciaron la aparición de la vida, y más aún de la vida
inteligente, puede enfriar las expectativas. Entre los muchos
caminos -millones- que eligió la evolución biológica, sólo uno,
y no exigido por ninguna necesidad sino por un cúmulo de
condicionantes aleatorios, dio lugar a un ser vivo
extremadamente complejo y con una inteligencia capaz de crear
una civilización como la del hombre.
La tasa de improbabilidad sería tan grande que, de
materializarse en una ecuación, como hiciera Drake, el índice
resultante sería casi nulo, aun contabilizando todas las
estrellas del universo. Ante tal escepticismo, los esperanzados
astrofísicos responden que, si en el fondo no estamos hechos más
que de algo tan común como el polvo de estrellas, el universo
está lleno de posibilidades.