Homenaje al Juan Sebastián de Elcano (7)
por Quintín Dobarganes Merodio
IN MEMORIAN
Nuestro querido amigo Quintín Dobarganes Merodio, autor
firmante de esta sección, murió el pasado día 27 de agosto
de 2004.
Quintín era natural de Cabanzón (Santander), donde nació en
1913, pero residía en San Fernando desde 1933. Fue
Comandante de Marina, periodista y escritor y ostentó la
corresponsalía de Diario de Cádiz durante 21 años. Varios
libros publicados e infinidad de artículos en prensa y
revistas. Miembro de la Academia de San Romualdo, Académico
de la Historia de Cartagena de Indias y otras e Hijo
Adoptivo de la Ciudad desde 1994.
En "Arena y Cal" publicaba
desde los comienzos de la revista en el año 1995.
Descanse en paz el escritor, periodista, militar y
excelente persona que fue nuestro amigo.
De la guía de Tierra Santa.
Son aproximadamente las seis y media; a la salida del Hotel nos
esperan infinidad de vendedores ambulantes con rosarios,
medallas, imágenes, etc., y a los cuales tenemos que tratar
incorrectamente porque son excesivamente pesados. Nos dirigimos
hacia el Huerto de Getsemaní. En este lugar, se encuentran las
ruinas de la iglesia de la Agonía. Abrese una puerta estrecha y
baja y por ella entramos al Huerto -terreno que Jesús recorrió
tantas veces con sus discípulos. En el centro existen ocho
olivos, cuyos enormes troncos alcanzan unos ocho metros de
circunferencia y ofrecen a la vista toda la apariencia de trozos
de roca, en uno de los cuales -cuenta la tradición- que, en las
mortales angustias de su última oración sobre la tierra y sobre
una piedra que allí se conserva, sudó sangre, pues según nos
refieren los Franciscanos, estos olivos son del tiempo de
Jesucristo y por tanto, los que presenciaron su oraci6n y su
agonía.
A unos cien metros del Huerto, se encuentra el sepulcro de la
Virgen. Bajamos por una escalera que desciende a un patio
bastante espacioso. Este es el atrio de la Iglesia de la
Asunción de María. La citada Iglesia es subterránea y en el
fondo se encuentra el sepulcro que nos ha sido presentado.
Consiste en un pequeño edículo de forma casi cuadrada, coronado
por una cúpula apenas visible y en su interior caben escasamente
cinco personas.
Visitamos la Mezquita de Omar, hermoso templo que se encuentra
en el "Monte Moria". Para pasar a su interior nos indican que
tenemos que descalzarnos y poner unas babuchas que nos
facilitan. Recuerdo de uno de nuestro grupo, que por no querer
tomarse tal molestia, entró con zapatos dentro del templo. El
escándalo fue tremendo. Cuando los guardianes se dieron cuenta
de la infracción, empezaron a dar gritos, pidiendo a Alá, sabe
Dios qué. Lo cierto fue, que el muchacho tuvo que salir
corriendo y, según me dijo más tarde, no paró hasta el Hotel
Nova, porque aquellos religiosos tan fanáticos hubiesen
terminado con él. Es en verdad estricta esta costumbre religiosa
y nadie debe atropellarla.
Entramos al Gran Templo y todos quedamos agradablemente
sorprendidos ante el efecto misterioso que produce en el vasto
edificio, el juego de la luz, cuya armonía de lienzo está muy
lejos de ser afeada por el lujo del decorado. En su interior
existe una cúpula y en lo alto de ella está la roca sagrada.
Para penetrar bajo ésta, tenemos que pasar por una puerta de
hierro que da la vuelta al recinto. El aspecto central está
ocupado por la roca que se alza a unos dos metros sobre el nivel
del suelo. Alzando los ojos al techo, se observa una abertura
redondeada de 50 cm de diámetro, que atraviesa toda la bóveda
roquera y que servía de sumidero para la sangre de las víctimas
que ofrecían en holocausto. En la parte superior se ve una urna
de plata, en la que se guardan -según nos manifestaron- dos
pelos de la barba de Mahoma. También se observa el estandarte de
éste y la bandera de Omar.
Al este de la Mezquita se ve un elegante edificio poligonal; una
cúpula sostenida por columnas dispuestas en dos órdenes
concéntricos, de modo que siempre aparecen todas al ojo del
observador de cualquier
parte que se miren. Esta es, la Cúpula de la Cadena o tribunal
de David, donde -según narraba una leyenda- serán pesados los
méritos y deméritos de los hombres. Los cruzados la convirtieron
en Capilla consagrada a San Jaime, primer Obispo de Jerusalén, a
quien los hebreos martirizaron, precipitándolo de lo alto del
Templo.
Acompañados del alegre Padre catalán, siempre hablándonos de la
política de España y de la situación internacional, al mismo
tiempo que no descuidaba sus explicaciones sobre los lugares
históricos de Jerusalén, llegamos a la Basílica de Santa Ana,
lugar donde nació la Virgen. Esta, se eleva junto a una cripta,
batida a su vez sobre una piscina, que se encuentra a diez y
seis metros de profundidad y para visitarla bajamos por una
escalera de piedra, casi subterránea. Esta es la piscina de
Bethesda (o piscina Probática) en la que Jesucristo obró el
"milagro del paralítico".
La piscina de Bethesda tenía dos cisternas, vecina la una de la
otra y ambas circundadas en torno de pórticos, bajo los cuales
encontraban asilo durante el día multitud de enfermos: ciegos,
cojos, paralíticos... El agua de la piscina, en ciertos momentos
-cuando venía agitada por una fuerza sobrenatural- poseía la
virtud prodigiosa de sanar los enfermos que primero se
sumergiesen en aquellas aguas saludables. Cuenta la tradición,
que Jesús vino aquí para dirigir a aquellos miserables, a
aquellos infelices que esperaban ansiosos el momento de ser
curados, y en una ocasión, dirigiéndose a un paralítico de edad
avanzada, le preguntó: "Quieres ser curado?" Y el enfermo
respondió: "Señor, no tengo una persona que me meta en la
piscina así que al agua está agitada, por lo cual, mientras voy,
ya otro ha bajado antes". Jesús le contestó: "Levántate, coge tu
camilla, y anda". Y este paralítico, bajo un asombro
inconcebible, se puso en pie y quedó curado.
Son las doce del día y después de realizar otras visitas de no
menor importancia, nos marchamos a comer, ya que el regreso a
Haiffa le tenemos anunciado para las dos de la tarde.