"Paren al mundo, me quiero bajar", es el reclamo de Mafalda, el
muñequito de Quino, reflejando ese anhelar la huida de nuestras
sociedades urbanas. Entre el stress y la contaminación, el ansia
de ir siempre más rápido y el miedo a que una bomba nos adelante
la hora, tratamos de comprender algo, y preguntamos. Y es cuando
el pecado resulta no la falta sino el exceso: un alud de
información nos cae encima, sin que estén depurados los
criterios confiables para su procesamiento. Esto toca en
particular a los científicos.
Un ejemplo. Uno de los articulistas del Newsweek entrevista a
astrobiólogos de la NASA, quienes confiesan que hoy se
replantean -casi nada- el concepto de vida. Jerry Soffen,
director del departamento de investigaciones, dice: "Cuando
fuimos a la escuela, la vida tenía piernas y alas, y era verde o
algo así. Ahora la hallamos en aberturas termales de 120 grados
centígrados bajo el mar y en el hielo glacial. Pensábamos saber
lo que es la vida, pero ya no".
Y el microbiólogo Nealson, también de la NASA, advierte: "El
verdadero desastre sería encontrar vida y no reconocerla". Se
refiere tanto a nuestro planeta como fuera de él.
Por otro lado, es sabido, estar al tanto de los avances en una
determinada disciplina o por lo menos en un tema, nos lleva
insensiblemente a descuidar al pensamiento reflexivo, el alud de
información no nos da cuartel. Existe hoy una fractura entre una
empiria difícil de gobernar y una teoría que no alcanza a
formularse, como dan cuenta los dos científicos citados.
Desde luego, no se trata de entonar una letanía. El "exceso" de
información puede ser visto como riqueza, cuyo disfrute pleno
sólo se pospone. Y el mundo revuelto que nos perturba,
entenderlo como transición traumática y necesaria para acceder a
una nueva sociedad estable. El tiempo lo dirá. Mientras tanto,
todos, el científico también, nos damos con la incertidumbre,
donde las preguntas no faltan y urgen las respuestas.
Por ejemplo. El desarrollo industrial -hijo de las tecnologías,
y éstas como ciencia aplicada- es el culpable de la
contaminación, de las armas de destrucción masiva, del crimen
ecológico. ¿Votamos entonces contra la civilización? El Primer
Mundo se construye sobre la marginación del Tercer Mundo,
¿aceptamos entonces sin titubeos la excelencia científica que
proviene de aquél? Sin atinar a dar respuestas, encendemos la
televisión para bajar las tensiones, para acallar un rato el
hervidero que son nuestras cabezas, y ¿con qué nos damos? Con la
esquizofrenia: vistosos anuncios -como el tan publicitado de los
caballos- de las empresas de cigarros, impulsándonos a fumar, es
su negocio; y por el otro lado colocan al pie de la pantalla una
leyenda que nos promete un buen cáncer de pulmón. ¿Que se vale?
¿El anuncio o el contraanuncio que se contiene en el mismo
anuncio?
Y así de seguido. ¿El libro o el video? ¿Ambos? ¿El cuento que
mi papá me leía antes de dormirme o los filmes donde los "malos"
son legitimados? ¿El inocente Mickey o el perverso Burt Simpson?
¿La coca light, el café descafeinado, el pan sin colesterol y la
leche descremada, o bien la coca tradicional, el café de
siempre, el pan bolillo y la leche entera?
Y así, puede que un día, desbordados y angustiados por la
información incontrolable, ciudadanos de las sociedades urbanas,
prisioneros de la ambivalente vida cotidiana, sin contar la
desgastante competitividad profesional, pidamos, como Mafalda,
"paren al mundo, nos queremos bajar".