Todos conocen la historia del pastor mentiroso. Les diré más: el
propio Lobo llegó a enterarse. Y razonó así: un segundo pastor
mentiroso no voy a encontrar, mejor ideo otra cosa. Ya está, dio
un salto de alegría. Ya lo tengo. Y el Lobo se apareció
sorpresivamente al muchacho que estaba al cuidado de las
ovejas.
El pastor corrió a dar el alerta. Y todos los campesinos
salieron a cazar al Lobo. Pero ni sus luces. Tan pronto asustara
al pastor, había dado media vuelta saliendo disparado por donde
vino.
Las escenas se repiten, el Lobo sorpresivamente se aparece una
segunda vez al pastor... etcétera.
En la tercera y última secuencia, el Lobo ha atado una
servilleta al cuello y come tranquilamente un guiso de oveja.
De donde la moraleja: mentir o decir la verdad no hace la
diferencia. El efecto puede llegar a ser el mismo: que al cabo
no te crean y el Lobo quede dueño de la situación.