Especialmente para Lola-tequila, que seguro
piensa que no sé escribir sobre animales"
No había pelícanos lanzándose en picado sobre el agua, sólo
gaviotas revoloteando y meciéndose en la superficie moviente,
que comenzaba a platearse desde el horizonte iluminado por un
sol sin nubes.
Había salido cuando aún las luces amarillentas de las farolas de
la playa hacían guiños perezosos a las escasas olas que
humedecían las arenas. El motor de su barca levantaba espumas,
cortando los azules dormidos de un mar callado que se
desperezaba balanceando su cuerpo pegajoso de la noche entre
brisas de poniente.
Paró el motor y dejó que la inercia le aproximara al banco de
gaviotas, mientras se recostaba en la proa para saludar a los
primeros rayos de la amanecida.
Necesitaba esa soledad de brisa y agua sin más sonidos que sus
recuerdos, y sabía que la pesca podía ser una buena terapia
antes que los barcos de "bajura" poblaran, con sus redes de
arrastre, los bancos de peces, y el silencio se hiciera un
fracaso compartido en las voces de los pescadores y en el ulular
de las hélices.
Cargó el cebo en el anzuelo, y dejó que la plomada hundiera con
suavidad el hilo, mientras fijaba la caña al esquife de babor.
- ¡Eh, oye, podrías tener más cuidado!
Lo oyó con nitidez. Un poco gangosa la voz, pero perfectamente
entendible. Miró a su alrededor: nadie. En lo que abarcaban sus
ojos nada competía con el silencio que los rayos del sol
iluminaban. Tan sólo unas gaviotas revoloteando por encima de su
cabeza.
- ¡Pero, hombre, no busques en el cielo, que estoy aquí!
Un mero, con su boca de buzón con dientes y sus ojos saltones,
sacaba la cabeza por fuera del verde iluminado del agua hacia el
estribor de la motora. Se frotó los ojos con fuerza: no estaba
alucinando…
- Perdona, ¿me hablas a mí?
- No, si te parece… Decía que podías tener cuidado con ese
anzuelo inmenso que me has lanzado.
- Pero yo soy un pescador. ¿Qué quieres que utilice, una cajita
de música?
- No, claro… pero podías haber esperado un poco a que nos
despertáramos. Digo yo.
- Ya… Oye, ¿cómo eres capaz de hablar? Los peces no hablan,
creo.
- Abdul Emengó me enseñó.
- ¿Abdul? ¿Y quién es Abdul Emengó?
- Un senegalés. Se hundió hace unos meses en una patera junto
con otros veinte compatriotas mientras buscaba el paraíso.
- ¿Entonces?
- Está con nosotros. Dice que ha encontrado el paraíso que
andaba buscando. Ya no tiene hambre ni frío. Ha aprendido el
flujo de las mareas que no matan. Aunque, sinceramente, estáis
convirtiendo nuestra casa en un estercolero…
Estaba un poco aturdido. Y no entraba en sus planes de soledad
confrontaciones dialécticas con un mero reivindicativo.
- Y no sólo vuestra casa, no sólo…
Una gaviota se había posado en la popa de la barca. Su voz aguda
interrumpió el discurso del mero, mientras movía los ojos
nerviosamente.
- Tenéis el aire como una cloaca de humos pringosos…
- ¡Ah!, ¿tú también hablas? Vaya por dios. ¿No te habrá enseñado
el senegalés?
- No, hace tiempo que Antoine nos dejó su voz.
- ¿Antoine? ¿Qué Antoine?
- Creo que vosotros lo conocíais como Saint Exupery. Era piloto
y escritor. Un día se vino con nosotros, cuando se agotó de
sombras y dudas. Se trajo a un pequeño príncipe amigo suyo.
- ¿Y podría yo hablar con Emengó y con Antoine?
- Me temo que va a ser un tanto difícil: te faltan escamas y te
sobran aún demasiadas querencias de cemento…
- Y tus alas se han ido atrofiando entre petróleos y prisas…
- Vale… pero yo soy tan sólo un vulgar humano que ha salido a
pescar y a pensar.
- Pensáis demasiado los hombres. Se os va el tiempo pensando,
sin hacer nada…
- Déjalo, gaviota: están programados para odiar y olvidar. Se
han cansado, demasiado pronto, de convivir y amar.
No era capaz de decir nada. Sentía millones de salitres pegados
a su lengua.
- Dile a tus camaradas que se va agotando el tiempo del perdón y
del olvido. Que nos están intoxicando de cadáveres y humos.
- Y cuéntales, también, que existen otros mundos diferentes y
posibles: mundos de olas y de escamas, sin sangres programadas
en el odio.
- ¿Estáis seguros? Hace demasiado tiempo que me retiré de
magias…
Los arrastreros se acercaban ya con sus motores retumbando aguas
y espantando los silencios. La gaviota alzó el vuelo dibujando
círculos por encima del bote, y el mero se zambulló hacia el
fondo dando un coletazo que le salpicó la barba.
Puso rumbo hacia los bloques lejanos que bordeaban la playa.
El sol de otoño comenzaba a calentar la cubierta.
- Y dile a Joan Manuel que ánimo, que estamos con él -gritó el
mero acompañando a la barca por estribor- pero que se olvide un
poco de "Mediterráneo" y que cante algo más "Plany al mar" (*),
a ver si tus camaradas se dan por aludidos…
- Y que se acuerde algún día de nosotras, que también tenemos
nuestro corazoncito, que desde que nos cantó "Mis gaviotas",
allá por el 1968, se ha puesto un poco pesado con las palomas,
que ya aburren un poco… -se quejó, volando a ras del agua, la
gaviota.
Ya no podía hablar: su barca, sin patrón ni navegante, había
puesto rumbo a las sirenas…
(*) PLANY AL MAR
Bressol de vida,
camins de somnis,
pont de cultures
(ai, qui ho diria...!)
ha estat el mar.
Mireu-lo fet una claveguera.
Mireu-lo anar i venir sense parar.
Sembla mentida
que en el seu ventre
es fes la vida.
Ai, qui ho diria
sense rubor!
Mireu-lo fet una claveguera,
ferit de mort.
De la manera
que el desvalisen
i l'enverinen,
ai, qui ho diria,
que ens dóna el pa!
Mireu-lo fet una claveguera.
Mireu-lo anar i venir sense parar.
¿On són els savis
i els poderosos
que s'anomenen
(ai, qui ho diria!)
conservadors?
Mireu-lo fet una claveguera,
ferit de mort.
Quanta abundància,
quanta bellesa,
quanta energia
(ai, qui ho diria!)
feta malbé!
Per ignorància, per imprudència,
per inconsciència i per mala llet.
Jo que volia
que m'enterressin
entre la platja
(ai, qui ho diria!)
i el firmament!
I serem nosaltres (ai, qui ho diria!)
els qui t'enterrem.