Cuando pretendo contestar a ésta pregunta, al pronto, me
quedo en blanco. Luego, sin mucho esfuerzo, busco en mi
memoria y hallo un suceso que me hirió, que me aportó una
cierta infelicidad, mucha rabia y gran dolor a mi familia.
Rebobino y, ahora sí, con mucho esfuerzo, revivo las
circunstancias que confluyeron para que aquél hecho
sucediera. No encuentro justificación en la manera de actuar
de mis ofensores. No hubo una lógica posible, ni existió un
motivo, o una necesidad para la ofensa.
Así las cosas, ¿Cómo puedo perdonar algo que no es posible
justificar?
Examino las actitudes del presente y les veo, a mis
ofensores, llenos de odio ante mi indiferencia. Quizá ni
aspiren al perdón.
Estoy seguro de que el ofensor, en la mayoría de los casos,
interpreta el papel del ofendido, y lo hace con la más
absoluta profesionalidad, como el mejor de los actores,
hasta el punto de creer en una historia que él se cuenta.
¿Cómo, entonces, puede perdonarse y ofrecerse la otra
mejilla?
Shakespeare, en su obra Timon of Athens, dejo escrito que
"nada envalentona tanto al pecado como la indulgencia". Ha
de ser cierto. El perdón lleva a la relajación y, en las
peores personas, a la indignación: "Y, éste imbécil,
¿pretende perdonarme, con lo que me ha hecho?". Entonces, la
relación se complica más y el ofensor se envalentona al
creer y predicar que se le dio la razón.
Y si de poner la otra mejilla hablamos, pienso que aquél al
que se le ofrece, debería percatarse en seguida de su
atropello y retener la mano para no infligir la segunda
bofetada pero, claro, eso en el caso de que el ofensor
pueda, por un instante, ser persona cabal, de otra forma,
asestará el segundo guantazo y el tercero y el cuarto, si
tiene tiempo para ello.
Si mi ofensor, mis ofensores en éste relato, son obstinados,
si la ofensa no tuvo justificación, y eso la convierte en
malévola, por intencionada, si, además, no ansían mi perdón
y son ellos quienes se sienten ofendidos por mi actitud en
una historia inventada que a todos cuentan, ¿Por qué debo
perdonar?
Pues eso, que lo sepan de una vez por todas, no perdono sus
maldades.