Ya no trasciende
el cuerpo buscando su ascesis,
su ser.
No renuncian los cuerpos,
no mortifican,
no levitan en orgasmos de amor divino.
La carne ama su seco hueso
buscando vacíos
de nada;
humores y médulas
no arden gloriosamente;
sólo se autofagocitan,
periclitan sobre sí mismas,
se inmolan
buscando la complicidad
(¡y la compasión!)
de las cámaras.
Sin enanos tiranos,
las mentes inventan el IV Reich
del óseo amor a sí
y los fantasmales cuerpos andróginos buscan
su campo yerto
y seco
de exterminio.
El culto ha cambiado,
se buscan cuerpos, falaces espejos eléctricos,
sus bellos huesos
y sus egos sin centro
en el abismo oscuro,
en el precipicio
de vómitos y heces
de los retretes negros.