He vuelto a redimir el silencio de las manos mientras se me iban
perdiendo los caminos de la tarde, las palomas, gritos de amor y
odio reflejados en espejos de cal y aires.
Calla la vida su carnaval continuo de risas para que los
corazones se vistan de fiesta obligada. Luces que guiñan los
ojos y mienten desde árboles sin savia, a contrapelo de hambres
perennes; júbilos de muecas agrias y disfraces, adaptados para
la muerte del tiempo, que resucitará en tiempos sin promesas;
alcohol para el olvido o para el recuerdo, para el ahogo de
besos que se han ido quedando vacíos en esa ambigüedad dolorosa
que otorga el no sentir la piel estremecida tras los misterios
del insomnio.
Porque tú no estás…
Supe de tu no existencia todas las noches de la distancia.
Y tuve que aprender ausencias y retomar monigotes de arena
mientras las gaviotas -nuestras gaviotas, ¿sabes?- observaban mi
voz oscura que contemplaba las olas tardías; o la sobriedad
principesca del granito haciendo cábalas contra las encinas y la
niebla de nuestro monte perdido.
Ahora que no estás, sólo me quedan palabras y mariposas entre
los dedos: vientos y brisas insatisfechas, huecos de nube,
cadáveres de antiguos deseos.
Porque tú no estás, he vuelto a retomar el silencio de mis
manos.