Han publicado, algunos medios de comunicación de mi país, un
informe del prestigioso Centro de Política Internacional (CIP)
que plantea una pregunta sencilla: ¿los colombianos ricos pagan
suficientes impuestos? Y me pregunto por qué tuvo que ser
alguien desde Washington quien hiciera la pregunta, quizás sea
que los colombianos obligados a responderla tengan experiencia
en evadirla, al igual que los impuestos.
El debate se calienta a fuego lento en los escenarios públicos y
privados, mientras el ciudadano de a pie no parece interesarse,
pues anda abrumado intentando pagar impuestos. ¿Quién debe pagar
los nuevos impuestos y que uso se ha de dar a estos? Pero, vamos
por partes, como aconseja Jack el destripador. En Colombia, el
10% más rico de la población recibe un 47% de los ingresos de
todo el país, una proporción que muestra inequidad. Se
esperaría, como función del estado en la redistribución de
riqueza, que los impuestos provengan de esa minoría
privilegiada. Dice Planeación Nacional que en Colombia somos
cuarenta millones de personas las que esperamos por un nuevo
censo, así que las matemáticas aprendidas en la escuela me
llevan a intuir que los declarantes serían (¿seríamos?) cuatro
millones de cándidos contribuyentes. Pero falla mi cuenta, pues
en la realidad sólo 800.000 colombianos declaran renta. No pagan
el millón y medio de terratenientes que son dueños de más del
60% de la tierra en Colombia, ni los capitales que se mueven en
bolsa de valores.
Los impuestos a los salarios no se pueden evadir, en cambio los
impuestos a los alimentos y productos que conforman la "canasta
familiar", tampoco. Ambos están gravados con unos porcentajes
que no se compadecen de la desproporción anotada. Paga el mismo
impuesto un terrateniente, que su escolta y su labriego, por un
kilo de papas, que les ha de durar en la mesa diferentes tiempos
y pagan impuesto sobre salarios sólo los dos últimos. En el país
hay más de 25 millones de personas que sobreviven con menos de
dos euros al día y gastan casi todo su ingreso en comida,
vivienda y transporte; por lo que el nuevo IVA del 2%
significaría comer aún menos o resignarse a disminuir la calidad
de lo que se consume. No hablaré aquí de los otros productos de
la canasta a los que se les quiere subir el IVA del 7% al 16%,
como el café o el chocolate. Aumentar los impuestos a los pobres
cuando se ha reducido el gasto social y eliminado los subsidios
deja de ser inequitativo para pasar a ser cruel.
Hace algunos años, un presidente quiso "reducir la corrupción a
sus justas proporciones", hoy goza del vitalicio título de ex
presidente y sale de vez en cuando a opinar acerca de temas de
rentas e impuestos sobre el patrimonio. Esperemos pues, con
cadena infinita de resignación, que pasen estos cien años de
soledad a que nos tienen condenados en este Macondo, y esperemos
que se cumpla la frase de Gabriel García M. de que "Los
Colombianos no moriremos de hambre, pues con nuestra imaginación
hemos sabido ser faquires en la India, maestros de inglés en
Nueva York y camelleros en el Sahara".