Miras atrás y parece que no ha pasado el tiempo. Ayer mismo,
hace un año, nos felicitábamos y nos deseábamos lo mejor
para el 2004. Aún no hace quince días repetíamos las
felicitaciones y nuestros mejores deseos para este 2005 que
no sabemos que ha de depararnos.
Si repaso noticias, y mis propios escritos, se me llena la
mente de recuerdos colectivos. En sólo un año ¡Cuántas
cosas! En sólo un año, decenas de tragedias, de sinrazones
políticas, de atentados a nuestra libertad individual y
nacional. Cientos de condicionantes que creo nos hacen cada
día un poquito peores. ¿Quién tiene la culpa de las iras?
¿Quién abona los odios?... Y, la pregunta trágica, ¿Con qué
fines?
Muchos somos los que, en nuestro devenir diario, podemos
considerarnos personas afortunadas porque somos felices
pero, salgamos a la calle, observemos a nuestros vecinos, o
compañeros de trabajo, y a esos desconocidos que no nos
dirigen la palabra, y veremos que el conjunto es una
amalgama de desgracias y de desgraciados, de tragedias e
infelicidades, de iras y de odios.
En estos primeros días del nuevo año debería estar
escribiendo un resumen del pasado, o una lista de buenos
propósitos o, atreviéndome, reseñar normas de obligado
cumplimiento y por todos conocidas, dada su vetusta
sencillez, para alcanzar un mundo mejor y disfrutar de la,
aún inexistente, felicidad colectiva pero, para ello, ¿A
quién debo pedir permiso? ¿En qué registro gubernamental
presento la propuesta? Inútil. No existe un destinatario
para este tipo de peticiones. En cambio, y porque el mundo
es plural, sí existen destinatarios de nuestros odios y
nuestras iras. Y tienen madres de las que acordarnos, y geta
suficiente para encajar nuestros insultos. Políticos
incorrectos, VÁYANSE.
Menuda estupidez. ¿Serán mejores los que a éstos sustituyan?
Cierto es que no. La política abona vanidades, y ambiciones,
y mentiras, y cientos de abrazos de Vergara.
Sabemos que algunos personajes, y no sólo políticos,
deberían irse de donde están y, algunos de ellos, además,
deberían desaparecer de nuestro País.
En Roma, y me refiero a la Roma Imperial de hace veinte
siglos, mataban a sus césares y, a la sombra de altas
columnas de frío mármol, un Senador asesinaba a otro
Senador. Después, todo ha seguido igual. Los países se han
formado mediante guerras, los territorios se han anexionado
gracias a tratados firmados tras largos asedios, y todas las
fronteras se han dibujado, por la debilidad de unos, o por
la ambición de otros, con regueros de pólvora y entre
inútiles cadáveres. Y con este pasado de la más rabiosa
actualidad, nos enfrentamos al año de gracia de 2005.
Esta mañana me he entretenido en plantearme salidas a las
graves cuestiones que aparecen en la prensa. Salidas de
distintos colores y en distintas direcciones. Salidas,
posibles unas, por la inteligencia y mesura de aquellos a
quienes corresponde la decisión, y otras imposibles, por la
memez y desmesura de aquellos a quienes corresponde la
decisión. En el primer supuesto, el final feliz se me
antojaba inalcanzable y, en el segundo, la mierda venidera
asolaba el paisaje de mi País.
Y con este porvenir, que es ya la más rabiosa realidad, nos
enfrentamos al año de gracia de 2005 pero yo, en mi yo,
seguiré siendo feliz, y espero que ustedes también.