Del poeta y escritor Jesús Solano hemos reseñado en este
apartado de la Revista Arena y Cal otras obras
suyas tales como Travesía de regreso y
Poemas de cuadernos, y, si no recuerdo mal,
Jacarandá.
Jesús Solano es uno de esos poetas auténticamente andaluces en
el sentido de que extrae de su experiencia su obra, o sea, es
notario de una rica historia de sentimientos vividos antes como
niño-poeta, como adolescente-poeta, granero colmado para
alimentar a la larga la memoria entre la imposible nostalgia y
la buena conciencia de haber amado y dejar escrita su vida,
entreverada con el entorno y la gente circundante.
Llega a mis manos, por envío suyo, Después que ha pasado
el tiempo. Recuerdos, cartas y sueños. Trilogía. El
libro, de 337 páginas e ilustrado con abundantes fotografías.
está prologado por Francisco Núñez Roldán. El título ya nos pone
en la pista de su temática: la biografía; mejor dicho, la
autobiografía, por abarcar a toda la época del franquismo, nos
ofrece un jugoso relato de todos los rasgos de un periodo
histórico de nuestro país que, narrado desde la vivencia
personalísima de una conciencia lúcida, nos la hace extrapolable
a cuantos por edad y comunidad estamos capacitados para
comprender su contenido.
Nacido en Aguilar de la Frontera (Córdoba), pero afincado en
Marchena, Jesús Solano nos va contando con un ritmo sencillo una
vida que despierta a la observación y hace de ella su aliada
para archivar un cúmulo de recuerdos que con el tiempo
resurgirán por medio de la palabra escrita."Estoy intentando
detener las horas, y regresar a lugares donde estaba hace
tiempo. He recogido mis pertenencias y miro los muebles, las
paredes, y pongo en orden una serie de pensamientos. En la pared
hay un reloj y un cuadro con motivos campestres(...) Estoy
recobrando un tiempo que vive en (...) Estoy viviendo otro
tiempo, como un juego, que en su día no lo fue (...) El ambiente
se adentra lentamente en un silencio profundo y quedo en un
vacío de sueño".
Estas palabras bastarían para conducirnos a una especie de
profesión de fe intimista del poeta. El poeta no puede ni quiere
renunciar a lo que ha vivido y con voz machadiana canta lo que
ha perdido en el tiempo, en un ayer que está a trasmano de la
evocación. Llegado a cierta edad, el hombre-poeta, que ayer fue
criatura rodeada de estímulos que se van a grabar en la delicada
piel de su memoria, empieza ese rebobinado del ayer sobrevenido
por una gran capacidad de asociación: la casa familiar, el
colegio, los amigos, el cine, la embriaguez de la música, el
significado de los paisajes urbanos y rurales, el despuntar del
enamoramiento y luego el amor comprometido, los primeros poemas,
el primer trabajo, la muerte de seres queridos y el escalofrío
del paso irreversible del tiempo son el patrimonio de nuestro
poeta. Y creo que es también el tesoro de todo verdadero poeta,
nacido para exaltar la vida en sus más nobles arrebatos y en sus
recuerdos menos desinteresados, pero todo este tapiz está
concebido como un sueño del que despertará el poeta, pero esta
vez ante el hijo, cuyos aplausos, tras el recitado de un poema
de la infancia, le devuelven al estado de vigilia.
Recuerdos, cartas y sueños, que, como dice su prologuista, es la
reconstrucción desde un mundo recordado como una unidad ética y
estética, entreverado con matices andaluces y repartido el
corazón entre dos pueblos de la Andalucía de tierra adentro.
Morosidad en el lenguaje y delicia azoriniana de la descripción.
Legado, en suma, de una sensibilidad entre la experiencia
histórica de una España ya ida y la visión subjetiva e
inalienable de un poeta que quiere sobrevivir en la memoria.