Disculpa si a veces no entiendo que mi sombrero -aquel que me
gustaba tanto- es ahora tu corona, mis pañuelos de seda las
sabanitas de tus muñecas, mis tacones tus escaleras para llegar
al cielo; si no comprendo la importancia de tus saltos en la
cama, a pesar de los quejidos del viejo colchón de muelles, tu
necesidad de otro cuento, y otro más, y otro... hasta que llegue
el hada de los sueños.
Absuélveme de incomprensiones absurdas, cuando no logro deducir
que tus amigas se ven más lindas si les untas mi única caja de
maquillaje -en el fondo sé que nunca iba a usarla-; que tu
familia de ositos huele muy bien usando mi perfume favorito,
aunque ahora sólo quedan sus añicos en el suelo; que aquellos
documentos que dejé a tu alcance se ven más y mucho mejor con
tus dibujos.
Comprende mi ignorancia por no saber que la nevera es un mundo
mágico, que con colocarte sobre una silla y tomar un poco de
escarcha entre las manos, ya no necesitas ir a Europa para
entender la historia de “La reina de las nieves”; mi impericia
por no saber apreciar las obras de arte que dejas en mis
paredes.
Disculpa mi impaciencia cuando no entiendo tu lenguaje, tan
perfecto, o no he sabido explicarte bien aquella duda que tenías
acerca de las estrellas o los elefantes...
Perdóname, mi amor, por ser adulta y olvidar a veces mi propia
infancia.
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de tus hijos, sobrinos, terribles o encantadores vecinitos,
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