Estoy seguro de que tanto el omnipotente y eterno Dios de los
cristianos o católicos -amor, clemencia y bondad infinita-, el
inefable y altísimo Yahvé de los judíos -santidad, amor, bondad,
justicia, clemencia y longanimidad-, el clemente y
misericordioso Alá de los musulmanes -justicia, misericordia,
benevolencia y bondad-, y todos los demás dioses de todas las
religiones, etnias y culturas, estarán horrorizados de ver el
comportamiento de esta puñetera criatura a la que, en inequívoca
muestra de su infinito amor -divino error-, hizo dueño y señor
del Paraíso y rey de la creación.
Hemos recordado estos días la terrible masacre del 11-M. La
cruel carnicería que dejó sin vida a 192 personas,
desconcertados y con llanto en los ojos a 40 millones de
españoles y perplejos, atónitos y doloridos a tantas personas de
este mundo con un mínimo de frente y de humanidad. Y ahí, a unas
pocas fechas, recordaremos la imposible de olvidar destrucción
del WTC, las Torres Gemelas de Nueva York, el 11-S, con varios
miles de vidas arrebatadas en aquella horrible y desquiciada
matanza.
Y le llegará el día a la fecha de la matanza de terroristas y
ciudadanos en aquel teatro de Moscú, a la de los niños que
murieron en la escuela rusa de Beslán... y la de cientos de
miles de víctimas del exterminio en Chechenia, Kurdistán, Kosowo,
Afganistán, Burundi, Palestina, Líbano (Sabra y Chatila),
Ruanda, Argelia, Haití, Irak... La lista sería interminable.
¿Por qué ocurre esto? ¿Por qué un hombre es capaz de empuñar un
arma, apretar un botón detonador, lanzar o colocar una bomba,
firmar un papel o dar una orden y matar a otros hombres?
De las diversas y posibles respuestas hay dos que destacan
sobremanera y que, por sí solas, suponen casi el cien por cien
de la totalidad de respuestas al porqué de las guerras, de las
acciones terroristas y a todo tipo de hechos violentos que
implican muerte y destrucción colectivas: las creencias
religiosas y los intereses económicos, si bien estos últimos
argumentados, siempre, en oscuros subterfugios de bien común,
derechos de las mayorías, justicia y lógica, etc., y casi
siempre adscritos a una inevitable e inexcusable filosofía
religiosa de que "Dios lo ve bien y así lo quiere. Es justo y
necesario."
Recuerdo haber visto en la T.V. a uno de los terrorista
detenidos por el atentado del 11-M que no paraba de rezar en
todo momento mientras era trasladado a los juzgados o era
interrogado por el juez. Y recuerdo diversa información sobre
los pilotos suicidas del 11-S, sobre sus profundas vidas
religiosas, sus creencias y su ideas de que Alá los acogería en
el Paraíso...
Y, aunque desde otras perspectivas, desde un distinto enfoque
intelectual o de entendimiento, no podemos dejar de citar
-aunque sea una sola muestra- a otros individuos con capacidad y
poder para matar -o urdirlo y ordenarlo- a sus semejantes. Esta
lista sería interminable, pero, como con un ejemplo basta, nos
será suficiente con citar a alguien que todos conocemos de sobra
y que, por sí solo, refleja con plena exactitud lo que queremos
argumentar. Hablemos de la fuerte creencia religiosa del zurdo
de Midland -aunque nació en 1946 en New Haven, Connecticut- más
conocido por ser el comandante supremo de los ejércitos del
imperio; hablemos de sus rezos diarios, de sus misas y
devociones en la iglesia metodista, de su lectura cada mañana
del libro de sermones evangélicos "My Utmost for His Highest"
(En pos de lo Supremo), de su profunda convicción de que Dios
está de su lado... Y vea cuantas órdenes de muerte llevan la
firma del presidente y el sello de Dios en los papeles top
secret que salen a diario del despacho oval.
Con independencia de nuestras propias creencia religiosas,
seamos ateos, agnósticos o fieles creyentes, no podemos por
menos de pensar que cuando estos individuos, asesinos de
inocentes, destructores de vidas humanas, lleguen ante la
presencia de Dios, de Yahvé, de Alá, del Sumo Hacedor de todo lo
creado, éste, aunque quizás lo justo sería pensar que mandaría
azotarlos con el látigo de siete colas hasta sacarles el alma
del cuerpo y luego picarlos como menudillos para echarlos de
comer a los perros, en la conciencia de que el Ser Supremo es
amor y bondad infinita, hemos de pensar que volverá la cara
dolorido y ordenará a su ángeles que se lleven muy lejos de él a
aquellos pobres y errados creyentes que, inducidos por el
diablo, llevados a la locura por la equivocada voz de otros
desquiciados e insensatos, habían acabado con las vidas de sus
mejores hijos, de las más buenas e inocentes de sus criaturas,
de los pacíficos, de los justos, de los más nobles, dignos y
queridos seres de toda su creación.
Mándenoslo grabado en un vídeo, Señor. Quizás todavía podamos
enmendar aquel involuntario y terrible fallo que se introdujo en
el invento cuando quiso hacernos a su imagen y semejanza.