"Yo supe del dolor desde mi infancia.
Mi juventud... ¿fue juventud la mía?
Sus rosas aún me dejan su fragancia,
una fragancia de melancolía". Rubén Darío
Poeta de alientos y acentos, más que renovadores,
revolucionarios; audaz de palabras, imágenes y ritmos;
insólitos, antiacadémico en tantos de sus versos, claro está que
esas audacias y originalidades chocaron abiertamente con la
tradición poética de España, tan larga y prestigiosa, originando
críticas acerbas, censuras no mal intencionadas y, en el peor de
los casos, mezquinas burlas y zurdos vituperios, valió no poco,
aquí, para la difusión del nombre que nos llegaba de América. Se
le atribuye haber sido el creador del término "modernismo", con
el que se denominó la ruptura con el realismo imperante,
caracterizada por utilizar un lenguaje nuevo, consciente de sí,
exquisito, lleno de metáforas y sonoridad, y por la huida de la
realidad por medio del refugio en mundos exóticos, llenos de
princesas y refinamientos.
Hoy,
a los ochenta y cinco años de su muerte aún se escuchan
admirativamente en la redondez de lo español los versos sonoros
de aquel errante nicaragüense. Sin ninguna duda, es el poeta
hispanoamericano de mayor rango, y está, alto, entre los altos
de nuestra lengua. Su personalidad y su obra anunciaron la
revolución literaria que Hispanoamérica realizó en el siglo XX.
El 18 de enero de 1867, nace en la aldea nicaragüense de Zocoyos,
posteriormente llamada Metapas, Félix Rubén García Sarmiento,
Rubén Darío, el primer gran poeta americano capaz de marcar
honda huella en la poesía castellana y alterar el rumbo de la
lírica. Hijo de padres mal avenidos, se educó al lado de su tío,
pero pronto abandonó Nicaragua para, en su vagabundeo recorrer
el continente americano. El Salvador, Guatemala, Costa Rica,
Chile, la Argentina pueden ser otras tantas patrias de este
poeta que no tuvo más que una la Poesía. Su vida, entre viajes
constantes, estuvo surcada de irregularidades: hay en ella
etapas de riqueza y de miseria vergonzante, de honores fama y
gloria y de olvido casi total. Como corresponsal del periódico
argentino "La Nación", visita Europa, París y Madrid. París para
contemplar de cerca el parnasianismo. En Madrid actuará como
maestro. Llegó a ser en Europa ministro de Nicaragua y
representante de ésta en determinados casos: el más notorio, el
de la conmemoración, en España, del cuarto centenario del
descubrimiento de América.
Diplomático activo. A raíz de la I Guerra mundial recorre
EE.UU., dando conferencias en pro de la paz. Bohemio incluso
cuando vivía en medio de la riqueza, morfinómano, gustador de
los paraísos artificiales que le indicaran Baudelaire y
Verlaine, y amante del amor, a este estado seguía otro de
profundo ascetismo: Daireux le califica de "pagano por amor a la
vida y cristiano por amor a la muerte". Amante de la vida, de la
vida en sus más estallantes expresiones, temía a la muerte, "ese
espantoso horror de la agonía". Difundida rápidamente la noticia
de la muerte del poeta, ocurrida el día 6 de febrero de 1916, en
la ciudad nicaragüense de León, un verdadero mar de tinta cayó
sobre su nombre. El coro laudatorio fue, coro de las Españas,
coro de hermanos. Señalando lo más notable de cuanto por
entonces se dijo, forzoso es fijarnos, por sólo citar una, en la
poesía de Antonio Machado: "Que en esta lengua madre la clara
historia quede; / corazones de todas las Españas, llorad. /
Rubén Darío ha muerto en Castilla del Oro; / esta nueva nos vino
atravesando el mar". En 1959 quedó instalado en Madrid el
Archivo-seminario Rubén Darío, constituido por cartas,
autógrafos inéditos, documentos y fotografías referentes al
poeta adquiridos de Francisca Sánchez (quien había sido en
España compañera sentimental de Darío durante quince años y
madre de tres de sus hijos) por el Ministerio de Educación.
Con su fardo de imágenes poéticas en el alma, su mirada
incurablemente ilusionada, sus gruesos labios madurecidos por el
constante sonar de sus versos, su garganta cuajada de palabras
de poeta, su andar y su hablar casi sin sosiego... así pasó
Darío por tantos lugares del ancho mapa, dejando en tantos el
recuerdo de su figura corpulenta, su tipo mestizo y el timbre de
su voz.
Muchos versos hizo el gran poeta modernista. Más de setecientas
poesías, casi todas breves, brevísimas algunas, es lo que nos
legó su verbo. Mayor aún es su cosecha de prosa. De mil
quinientos pasan los artículos y cuentos que le debemos.
Espléndida prosa, en ocasiones, es la suya; original y
sugestiva, a menudo; coloreada y musical, con frecuencia; pocas
veces superficial y anodina. Pero lo que le dio a Rubén su vasto
y rápido renombre no fue su prosa, con ser excelente; fue su
verso. Tres libros, principalmente, hicieron el milagro: Azul,
Prosas profanas y Cantos de vida y esperanza.
El modernismo significa en los dos últimos decenios del XIX una
renovación de la poesía hispana equiparable a la revolución que
supusieron en su momento las innovaciones de Garcilaso y Boscán,
en los albores del renacimiento español. Durante años, su nombre
fue placeado incansablemente como portaestandarte de la
renovación poética que las letras hispánicas necesitaban y
demandaban.
Rubén Darío en uno de sus viajes a España visita Andalucía, pasa
a Málaga ("Esta es la dulce Málaga, llamada la Bella, de donde
son las famosas pasas, las famosas mujeres y el vino preferido
para la consagración."); de aquí a Granada ("He venido a visitar
el viejo paraíso moro".); luego baja a Sevilla ("Aunque es
invierno, he hallado rosas en Sevilla... He visto, pues,
maravilla.").
En Cantos de vida y esperanza vive de cuerpo entero, el
españolismo de aquel que se llamó, precisamente hablando de esta
obra, "español de América y americano de España.
Si hubiera que hacer hincapié en algún tono dominante, sería en
el hedonista y en el erótico, que le sirven para meditar sobre
la vida, la muerte y el mundo, sus temas de siempre. Con Cantos
de vida y esperanza, Darío cierra su propio ciclo con un mundo
exactamente idéntico al de los libros anteriores en cuanto a
aristocracia estética, en cuanto a finura y elegancia del
pensamiento y en cuanto a atmósfera y clímax que desprende. La
obra de Rubén Darío perdura y vale ante todo por su
enriquecimiento del idioma, por su doctrina cosmopolita, por su
huida de la vulgaridad y del tópico, por la concepción del
artista y de la estética.
Y como nos dijo el poeta: "Yo soy aquel que ayer no más decía /
el verso azul y la canción profana...".