La infancia del príncipe Sidharta o Gautama (556-483 a. de C.)
transcurrió rodeada de toda clase de placeres y lujos. Vivió sin
conocer ninguna de las cosas desagradables de la vida y el
espectáculo del dolor, la enfermedad o la muerte fue velado a su
contemplación. La primera vez que acudió al templo los dioses
cayeron de sus pedestales y la tierra tembló porque había
entrado el elegido en el santuario.
Todo habría transcurrido para él como en un cuento oriental de
no ser porque tropezara un día con las «cuatro verdades». Se
encontró sucesivamente con un enfermo, un anciano decrépito, un
entierro y un monje entregado a la meditación. Había hallado el
camino de la verdad. Desde entonces abandonó toda clase de
placeres y se entregó a durísimas penitencias durante las que
permanecía inmóvil, su cuerpo se cubría de un sudor frío y su
alma se hallaba en trance de abandonar la vida mortal.
Era tal la dureza empleada consigo mismo que Maya, su madre,
descendió de los cielos para preguntarle si deseaba morir antes
de haber hallado la «iluminación». Comprendió que debía mitigar
el rigor de su ascetismo y comenzó a ser "el Buda" simplemente.
Su filosofía se funda en las cuatro verdades: 1º La verdad del
dolor: porque todo en la vida es dolor y éste nace del ansia de
querer. 2º La verdad del sufrimiento por el dolor: sólo
dominando los deseos se consigue dominar el dolor. 3º La verdad
sobre la supresión del dolor: imposible de lograr si no es con
la muerte definitiva. 4º La verdad del camino de santidad: que
sólo se puede hallar por la meditación del destino y la práctica
de la piedad.
Buda, el Iluminado, comprendió que todos los males radicaban en
la ignorancia de las cuatro verdades y para remediarlo se
dispuso a predicar su doctrina. Sus comparaciones eran
definitivas y claras. Así, al preguntarle cuál era la espada más
afilada, el fuego más devorador; la miel más dulce y las
tinieblas más densas, contestó: "La espada más aguda es la
palabra, el peor fuego es la lujuria, la miel más dulce es la
sabiduría, y la oscuridad más negra, la ignorancia."
Los brahmanes opusieron tenaz resistencia a la doctrina de Buda,
pero el budismo se extendió por la India, y en el siglo III,
reinando Asolca, sus monjes y emisarios se desparramaron por
todo el país.
Aunque su doctrina sea casi una pura negación, un renunciamiento
total, numerosos monjes comenzaron a estudiar la nueva moral y
los conventos proliferaron. Afirman que existen dos caminos de
santificación: 1º) El Mahayana, según el cual el número de budas
es infinito y el alma del Iluminado puede encarnarse en
cualquier persona, como ocurre con los lamas del Tíbet.
Numerosas ceremonias y ritos regulan esta rama del budismo o
«gran camino». 2º) El Hinayana, llamado también «pequeño
camino». Según él, para entrar en el nirvana no es preciso que
Buda se encarne en nosotros, sino que basta reencarnarse
sucesivas veces hasta merecer el nirvana. La serie de
reencarnaciones y purificaciones puede ser muy larga. Su máximo
objetivo es lograr la extinción del Yo.
La primera forma de budismo es propia del Tíbet, China y Japón,
mientras la segunda está más extendida en Ceilán, Birmania e
Indonesia. En el siglo VI se introdujo en Japón, gracias al
hábil recurso de afirmar que el emperador era una encarnación de
Buda, por lo cual era posible ser budista y sintoísta al mismo
tiempo.