Hace unos días, el 14 de febrero, volvió a celebrarse, por
ser San Valentín, el día de los enamorados, pero muy poco se
sabe del santo que bendice los emparejamientos.
Vivió en Roma durante el siglo III de nuestra era. Fue
sacerdote en plena persecución del cristianismo. Ejerció
como tal y, al parecer, "especializado en el matrimonio",
consagró a escondidas, y ante los ojos del Señor, a las
parejas que decidían unirse para siempre.
Claudio II, por entonces emperador, se rindió ante los
argumentos y las explicaciones que Valentín le expuso, pero,
Calpurnio, gobernador de Roma, le convenció para que se
distanciara de esas nuevas creencias.
Finalmente y tras una larga persecución, San Valentín murió
en el martirio en el año 270.
Pero no es de San Valentín, de su vida y de sus obras, de lo
que me proponía escribir, pretendía decirles que hace unos
días, y aprovechando una fiesta tan comercial, mi mujer me
hizo un regalo que hace tiempo apetecía.
Por fin encontró una edición de lujo, encuadernada en piel y
con cenefas arábigas en pan de oro. El texto que guarda bajo
tan rica presentación es lo que de verdad yo quería
recuperar de mi juventud.
Fue, por aquellos años de colegial, la base de mis lecturas,
el fundamento de mis trabajos de lengua, y referencia, casi
única, de los dictados escolares.
¡Cuántas veces se habla de Don Quijote de la Mancha!
¿Cuántas gentes lo han leído? Yo sí, y voy a releerlo en
honor a mis recuerdos adolescentes, con admiración hacia don
Miguel de Cervantes, con respeto a la lengua castellana y a
las insignes obras maestras pero, sobre todo, por el puro
placer de leer.
¿Saben que Cervantes dirigió (dedicó) el Quijote al Duque de
Béjar, Marqués de Gibraleón, Conde de Benalcaçar, y Bañares,
Vizconde de la Puebla de Alcocer, Señor de las villas de
Capilla, Curiel y Burguillos? Esa dedicatoria, al parecer,
estaba copiada, casi literalmente, de la que el poeta
Fernando de Herrera en su edición de Poesías de Garcilaso
(1580) utilizó con el mismo fin, pero, en el caso de
Cervantes, el citado Duque, negó la recomendación pedida por
un escritor viejo y ya olvidado, que dejó transcurrir veinte
años desde que publicara, "sin pena ni gloria", su anterior
novela: Galatea.
Estamos celebrando el IV centenario de la existencia de El
Ingenioso Hidalgo Don Qvixote de la Mancha que, dicho sea de
paso, ha llegado hasta nosotros vivito y coleando sin
necesitar el marketing ni las recomendaciones de las altas
esferas de su tiempo, y, aunque sólo sea por eso, háganme
caso, es bueno y saludable volver a leerlo.