Estoy cansadísimo. Toda la tarde llevo con la cinta métrica
a cuestas. Toda la tarde dibujando en papel cuadriculado, y
a perfecta escala, las estancias de mi casa.
Mido, dibujo y borro. Vuelvo a medir, vuelvo a dibujar y, de
nuevo, rompo el papel. Un cuaderno entero de hojas
milimetradas he consumido en las horas que llevo dale que te
pego a la cinta, al papel y a la goma de borrar.
A todo esto, no he dejado de marear a los míos, tanto es así
que me han mandado a hacer puñetas diciendo: Papá, déjalo
ya, ¿No ves que es imposible?
Eso digo yo, que nuestra señora ministra de la vivienda, en
adelante de la covacha, se vaya, con toda su familia, a
vivir en 25/30 metros cuadrados y deje a los españolitos que
sigamos endeudados con una cruel hipoteca pero viviendo en
una vivienda suficiente, digna y, sobre todo, habitable.
En Finlandia, que es de donde al parecer ha copiado los
planos de nuestra casa del futuro -ya inmediato si la
dejamos- pueden vivir hacinados, o como quieran, pero aquí,
por estos pagos de Dios, seguimos prefiriendo un pisito de
ochenta metros, mejor de ciento veinte, con sus tres
habitaciones, sus cuartos de baño, su cocina, tan cuca ella,
y su saloncito con vistas al vecino de enfrente. ¡Qué
maravilla de casita! El hogar de nuestros sueños, la casa
que quisiéramos para nuestros casaderos hijos, pero eso de
25/30 metros, que sea para los apáticos hijos de la señora
ministra de las soluciones habitacionales.