“Aquí murió una vida
porque un amor muriese.” Sor Juana Inés de la Cruz
La lectura de Sor Juana Inés de la Cruz no puede ser más
interesante. Todo en esta mujer es extraordinario, todo se halla
fuera de los límites de lo vulgar. Tiene el don, desde niña, de
la inspirada originalidad y de la gracia femenina.
El barroco en Hispanoamérica tiene su más importante figura en
sor Juana Inés de Cruz, “la monja de México”, famosa e
inolvidable cuyos prestigios le dieron, con toda justicia, el
título de “Décima Musa”. Su fama fue extraordinaria.
Sor Juana Inés de la Cruz, nombre de la que fue Juana de Asbaje
y Ramírez de Cantillana, nace a finales de 1651 en la alquería
de San Miguel de Nepantla, cercana a Amecameca, pueblo separado
de la ciudad de México por unos sesenta kilómetros.
Su padre era vasco de Vergara. Llegado a las Indias en busca de
fortuna, mantuvo relaciones con una criolla, madre de sor
Juana.
La “monja de México”, escribe poesía a los ocho años. A esa edad
se va a vivir a México capital con un pariente. En 1664, llega a
la ciudad de México, como nuevo virrey Sebastián de Toledo,
marqués de Mancera, acompañado de su esposa Leonor de Carreto.
Ese mismo año, sor Juana entra a vivir en palacio como dama “muy
querida de la señora virreina”. Joven y bella vive mimada entre
los esplendores de la corte virreinal a la que inesperadamente
deja para ingresar en el convento de San José, que pertenecía al
Carmelo descalzo.
El ingreso en el convento en el año 1667, desprovista de
vocación, es incógnita no despejada. La austeridad y dureza de
las reglas carmelitas quebrantaron su salud y regresa a palacio.
Al año siguiente, y esta vez de modo definitivo ingresa en el
convento de San Jerónimo. Monja jerónima será los 27 años que le
quedan de vida. En el convento ejerció cargos de contadora y
archivista y se dice que elegida priora en dos ocasiones declinó
el cargo. Su entendimiento privilegiado le impulsó a escribir y
se distinguió en la defensa de los débiles -esclavos, negros e
indios-. Representa también una temprana actitud feminista de
exaltar los derechos de la mujer.
En la metrópoli se publica en 1685 Inundación de Castálida.
Autora y verso cobran justa fama. En México sor Juana publica El
Divino Narciso que será el mejor de sus autos sacramentales. En
1691 publica la Respuesta a sor Filotea de la Cruz, que está
considerada como una de las mejores autobiografías de la
literatura hispanoamericana. Sor Juana escribió dos comedias:
Los empeños de una casa y Amor es más laberinto. A los
brillantes sonetarios del Siglo de Oro de la literatura en
lengua española hay que agregar los bellísimos de esta monja
jerónima (“Detente, sombra, de mi bien esquivo”, “Al que ingrato
me deja, busco amante”, “Este que ves engaño colorido”, etc. ).
Sus poesías de circunstancias , sus villancicos, coplas,
juguetes, ensaladas, ensaladillas de picados versos, como ella
los llama; su Neptuno alegórico “océano de colores, simulacro
político”, para el arco triunfal del nuevo virrey conde de
Paredes; su mismo Primer sueño; todo eso nos sirve más que para
entorpecer el favorable juicio que merece la autora. Donde hay
que leerla es donde siente hondo y habla claro.
El siglo XVII agonizaba turbulentamente en México: plagas,
revoluciones, hambre y sacrificios humanos fueron frecuentes en
los últimos años. Al convento de San Jerónimo entra la peste y
sor Juana atiende maternalmente a sus hermanas religiosas.
Víctima del contagio, sor Juana fallece el 17 de abril de 1695.
Sor Juana Inés de la Cruz, cuyo misterio de amor no ha sido
desvelado, es la primera en izar la bandera feminista en América
y sus redondillas en defensa de la mujer: “Hombres necios que
acusáis / a la mujer sin razón, / sin ver que sois la ocasión /
de lo mismo que culpáis...”, universalmente conocidas por su
ingenio y desenfado, están llenas de donaire y de la gracia de
su arte.
La poetisa ha eclipsado a la escritora en prosa. Sor Juana es,
sobre todo, poetisa lírica. En esta lírica esencial y profunda
resuenan con ecos muy personales sus versos amorosos. Llegando a
ser una poetisa muy rica y de refinada sensibilidad femenina,
que sus contemporáneos llegaron hasta llamar “Fénix de México”.
El alma de la monja mexicana rebosaba siempre amor puro,
espiritual, y cuando no podía aplicarse a un ser humano aunque
no fuera más que la bella virreina su protectora, a quien
escribe constantemente versos tan apasionados como los de un
agradecido galán a su dama, se refugiaba en Dios, a quien
rendidamente adora como único fin del más alto amor.
Es amor, el de los versos de sor Juana, volcado en expresiones
vitales y apasionadas. Psicóloga amorosa, sor Juana, somete a
proceso mental celos, ausencias, desvelos en un amor que es
privación casi constante.
Y como escribe Gerardo Diego en su Homenaje a sor Juana Inés de
la Cruz: “Tú me comprenderás, tú amaste mucho, / tú eres una
niña enamorada / y estás viviendo su segundo sueño”.