Ya no es la vida lo que era.
Ya no me divierte la afonía,
llevar una venda en la muñeca
ni explotar globos de fresa en el recreo.
Ya no llueve, jamás, mientras sonrío,
y si río, ya la risa me rebota
en un charco del patio de las lágrimas,
mucho antes de ayer nunca salpica.
No. Ya no es el pasado lo que era.
Ya no guardo en un cajón los recortables,
ni la goma cuadrada de Milán
que ha borrado su Milán y ya es redonda;
taladrada diez veces por un lápiz.
Ya no es el tiempo lo que era.
Ya no tienen los zapatos contrafuertes,
ni esos dientes hambrientos de pisada
que se comen cada par de calcetines.
Al andar ya no se esconden las lengúetas
ni se cosen ya las medias con tomates.
Ya no es el mundo lo que era.
Ya no canta flamenco el limpiabotas
mientras lustra los zapatos de mi padre.
Ni limpiabotas, ni música, ni lustre;
todos andan descalzos y yo huérfana.
Ya no es la muerte lo que era.
Ya no esquivo el luto de una puerta
entornada en señal de quien ha muerto.
Ya no hay luto, ni puertas, ni señales,
y morirse es casi un hecho cotidiano.