Antonio Marín Segovia
Daniela Luna
La Habana (Cuba)
Saludo a una dama desconocida (todas las mujeres de verdad
son desconocidas...).
Ahora,
después de olvidar para que vuelan los pájaros y duermen los
gatos, que me voy a pasear, incendiado y lleno de la piel que el
mar dibuja cuando un niño muere lejos, sin risas ni pan...
Soy yo el que conoce su sabor al despertar... y nunca me veo
tejido de sombras ni robando reflejos. No soy, tampoco, cajas
cerradas o sueños rotos de una primavera pasada...
Yo vivo en la brisa de los futuros, en los deseos que se anudan
a los pies de los ríos... Y espero sin desesperar que la Maga
pueda jugar y correr dentro de mis silencios (y hay tantas Magas
que no hay palacio ni castillo para que puedan bailar y bailar
durante cien noches, durante quinientas mañanas, durante un
suspiro, durante los llantos de la Luna en marzo).
Espero que usted, amiga mía, acepte las presentes salutaciones y
comparta mis ojos... No hace falta que desnude su altura, que
susurre sus sueños. No precisamos escuchar los secretos de su
infancia, la música que la despierta cada mañana... Tenemos
tiempo para inventarnos un barco o una torre llena de lluvias y
cansados muebles...
Ya sabe usted que es una sorpresa hablar y callar a su lado...
Siempre es bueno, muy bueno, subir las escaleras que nos llevan
hasta las caricias que una mancha no puede borrar...
Y mirarla despacio, conversando con vos, es tan grato como comer
naranjas después de haber escalado el Himalaya en una tarde de
agosto, de ese mes estival duro como un adiós...
Reciba, dama esquiva y desconocida, mis felicitaciones desde el
Mediterráneo, desde el presente mar que hierve dentro de un
desayuno; reciba y acepta mis saludos bailando conmigo dentro de
las noches de mar y fuego, para que mis manos la nombren, la
acaricien e inventen sus miradas...
Ahora, después de olvidar para qué vuelan los pájaros y duermen
los gatos, me voy a pasear, incendiado y lleno de esa piel que
el mar dibuja cuando un niño muere lejos, sin risas ni pan...
Entraremos siempre en su casa, para que no pueda vencernos el
dolor ni los números de hierro, para que todo pueda
desconocernos y no duela el agua que nos dibuja eternos...