Las fiestas de los romanos se pueden clasificar en tres grupos:
agrícolas, domésticas y las dedicadas a los muertos.
El día 1 de abril se celebraba la fiesta de las Fordícía, en
honor de Tellus, la diosa de los campos sembrados. Se inmolaban
vacas a fin de obtener el crecimiento del trigo oculto aún en el
seno de la tierra.
El 19 se conmemoraba una fiesta semejante, las Ceralia, en honor
de Ceres, la diosa de la fuerza productora, más tarde asimilada
a Demeter. El día 21 tenía lugar la fiesta de las Palaria,
dedicada a Palés. En este día se adornaban los cerdos con
guirnaldas y el pastor, al frente de su rebaño, ofrecía a la
diosa leche y pastelillos de mijo; luego imploraba el perdón de
sus faltas inconscientes; tal vez, sin saberlo, había pisado una
tierra sagrada, enturbiado fuentes o empleado para usos profanos
las ramas de algún árbol dedicado a los dioses. Pedía, después,
la prosperidad de su granja para el año siguiente, repitiendo
hasta cuatro veces la misma plegaria de cara al Este; lavábase
las manos con el rocío puro, bebía la ofrenda de leche y vino,
saltaba la hoguera y hacia que su rebano la atravesase también.
El día 23 de abril llegaban las Vimalia, cuyo objeto era
asegurar el éxito de las vendimias de otoño. La fiesta se
repetía en agosto, al madurar las uvas. El 23 de abril se
celebraban las Floralia, o fiesta de flores, y era una jornada
de desenfreno popular. En el mes de mayo tenía lugar la fiesta
de las Ambarvalia, con una procesión alrededor de los campos,
repetida durante tres días consecutivos. Entre las demás fiestas
agrícolas interesantes sólo mencionaremos las Saturnalia,
celebradas en honor de Saturno, dios de las sementeras, el 17 de
diciembre. Esta era la gran fiesta popular. En ella los esclavos
gozaban de una libertad absoluta, se paralizaban los negocios y
se hacían mutuos regalos.
La vida doméstica revistió entre los romanos extrema importancia
y las fiestas que a ella deben su origen son antiquísimas. Con
Jano, dios de las puertas, y Vesta, diosa del hogar, eran
honrados los penates y los lares, genios de la casa y de los
campos, uno de los cuales, el lar familiaria, recibía un culto
especial en nacimientos, matrimonios, defunciones y hasta el día
en que el infante articulaba su primera palabra. Como la casa,
cada barrio tuvo también sus genios protectores, que eran
honrados con la fiesta de la Compitalia (fiesta de las
encrucijadas), en diciembre o enero. Finalmente, el Estado acabó
por tener también sus lares, cuya fiesta se celebraba el día 1º
de mayo.
Con el tiempo, aquella religión que los romanos llamaban
"religión de Numa", del nombre del rey al cual la leyenda
atribuye la primera legislación religiosa, empezó a
transformarse y, bajo la República, degeneró a causa de la
infiltración de ideas, leyendas y costumbres griegas en el
ambiente romano.
Al fin de la República y comienzos del Imperio, era ya un tópico
lamentarse de la religión. Los templos se caían de puro
descuido, las fiestas se habían abandonado y las cofradías
religiosas carecían de vida. Poetas como Horacio y Propercio nos
dicen que las telarañas cubrían los altares y que las imágenes
sagradas estaban ennegrecidas por el polvo. A partir de las
primeras guerras púnicas, la seriedad con que se escuchaba a los
augures disminuyó muchísimo. Así, Marcelo corrió las cortinillas
de su litera por no ponerse en peligro de presenciar algún
presagio desagradable, y Flamino hizo caso omiso de auspicios en
presencia de Aníbal.
El escepticismo fue ganando el pensamiento de Roma. Incluso
Cicerón, como hombre privado, habló pocas veces de los dioses,
se mostró vacilante en cuanto a la inmortalidad del alma y dejó
a Terencio el cuidado de sacrificar a Esculapio cuando había
sido curado de alguna enfermedad.
La influencia griega fue un corrosivo sensualista que desorientó
el sentido práctico de Roma. Hubo, sin embargo, un culto que se
mantuvo vivo: el de los muertos. Construidas al borde de las
vías romanas, las tumbas recordaban a los transeúntes los
misterios del destino del hombre y, para poder adornarías, se
legaban por testamento jardines donde cultivar rosas y violetas.
Los epitafios indicaban raras veces la incredulidad, como éste:
«Antes existía; ahora ya no existo", o el cinismo, como el
siguiente: «Come, bebe, diviértete mucho...». Generalmente se
expresaba en ellos el deseo de que el muerto gozara de buena
salud o bien que la tierra le fuese ligera. Otras veces se
invitaba a los muertos en términos patéticos a que se
aparecieran a los vivientes durante sus sueños nocturnos.
Gracias a ese culto a los muertos, el espíritu religioso se
perpetuó, transmitiéndose a una edad nueva.