Guillermo Badía Hernández
Ray Respall Rojas
La Habana (Cuba)
En
su mano izquierda asía un trompeta dorada. El extraño le
preguntó por qué no tocaba algo.
-Nunca he sido músico el tono de la doncella sonaba dócil y
complaciente.
-Eso carece de importancia, sólo quiero escuchar el instrumento,
poco interesa si la pieza es mal interpretada.
-Como desees.
Adoptó posición para soplar y logró emitir unos lastimosos
gemidos que consiguieron afectar seriamente el oído de Escipión.
Éste trató de consolarla y aparentar que le había agradado.
-Eres bastante... talentosa, siendo la primer vez que tocas.
-Gracias.
La chica tomó asiento en la arena y dibujó en el aire unas
figuras indistinguibles.
-Jamás podré compararme a ellas –dijo.
-¿A quienes?—interrogó el viajero.
-Las esferas. ¿Sientes el canto? Siempre ha sido así, adornan la
noche y el día con sus bellísimas melodías angelicales. La
bóveda celeste parece ceder a sus mínimos caprichos en virtud de
aquellas habilidades espléndidas para el ritmo que poseen...
Escipión el Africano aguzó el oído, pero aún seguía en blanco.
Lucía cual si la muchacha le hubiese tendido una red de mentiras
con el propósito de engañarle como a un idiota de la peor
calaña. De repente un misterioso sonido irrumpió en el aire. Era
lo más hermoso que la naturaleza hubiese producido en todos los
tiempos.
-¿Es eso?
-Sí.
-Las quiero.
-Lo siento, son inalcanzables, incluso para ti, poderoso
guerrero.
-¿Me conoces?
-Naturalmente, es tu sueño.
El intruso miró a ambos lados y reconoció la tienda donde
acampaba y vio que le resultaba tan lejana, impalpable,
semejante a las esferas.