Decir que el fútbol, hoy, es el tema más general y cuestión
imperante en noticiarios, prensa, crónicas deportivas y
referencias sociales, es algo tópico, sobradamente sabido y que
no debería necesitar más comentario para no añadir leña al
fuego, fuego que es hoguera voraz que todo lo consume.
Antes, y no hace de esto en nuestra España mucho tiempo, para
afirmar rotundamente lo deficiente y mal realizado que se
ofrecía algo, afirmábamos categóricamente que era cosa «hecha
con los pies».
Efectivamente, se anteponía siempre la cabeza (como signo de
inteligencia, método, sensatez, acierto y buena disposición) a
los pies (torpeza, desorden y sentido de chapuza).
Pero los tiempos, en esto de nuestro mundo personal y cotidiano,
como en muchos otros aspectos, ha cambiado radicalmente, tanto,
que los pies, hábilmente manejados por uno de esos artistas del
balón, por arte, fuerza y maestría y técnica en su profesión, se
ha convertido en el súmmun de una resonancia triunfal, que no
sólo comporta ingente popularidad, sino verdadera riqueza,
rápidamente adquirida y en fabulosas proporciones.
No hace falta que citemos las astronómicas cifras a que llegan
las conocidas «cláusulas de rescisión» de algunos futbolistas,
como Ronaldo, Guardiola, Mijatovic, Alfonso, Raúl, Romari o...,
porque la lista es muy larga y los miles de millones, que
marcan, son moneda constante.
Pero hay algo doloroso. dolorosísimo para mí, si meditamos un
punto sobre este tema. Y conste que me confieso, sin ningún
rubor, uno más de los millones de aficionados al Fútbol en
nuestro país. Mas, a lo que íbamos y estábamos diciendo. Pienso
que a los treinta y dos años (momento apropiado para el retiro
de un futbolista y que es cuando está comenzando a iniciarse,
sólo iniciarse, un investigador, un novelista, un médico, un
químico o un poeta o dramaturgo, por poner ejemplos varios
aislados y significativos) un futbolista de esos que
consideramos privilegiados tiene ya en su poder una fortuna, por
lo menos de dos o tres mil millones. Y si es, simplemente, un
buen futbolista que no llega a figura excepcional (eso que
llamamos un «crack»), no bajarán de cuatrocientos o quinientos
millones los que haya conseguido en el transcurso de los catorce
o quince años que puede durar su vida en activo.
Y ahora es cuando yo me planteo las cuestiones y preguntas que
me asaltan y a todos nos incumben. ¿Cuánto ha ganado en esos
quince años el intelectual o el artista de valía? Muchísimo
menos, infinitamente menos. Y le quedan largos años de trabajo
intenso en el estudio y la investigación o en la creación en que
tiene que seguir laborando, a diferencia del futbolista.
Se me puede objetar, y algunos lo harán, que el futbolista
arrastra masas enteras y el investigador o artista es un caso
aislado, poco menos que un desconocido.
A esto yo replico simplemente: ¿Qué quedará dentro de nada de
esos Ronaldo, Mijatovic, Guardiola y compañía? ¡Nada! Y ¿qué ha
quedado, por ejemplo, de Fleming o de Severo Ochoa? ¡Todo! Ellos
han hecho dar a la Humanidad (así, con mayúscula) un paso
gigantesco; los otros, repito, ¡nada!
Pero la vida es así de absurda, de injusta y de estúpida y no
hay quien pueda, sepa, ni quiera enmendarla. Por tanto, amigos,
viva el fútbol (y con él todos los demás deportes, pero no por
afición y provecho físico, sino profesionalizados) y que se las
compongan como mejor puedan y sepan, científicos,
investigadores, artistas y toda la ralea que lucha por la canija
humanidad (ahora, con minúscula), porque no son más que
altruistas y pobres visionarios que llevan, en su oscuridad y su
general escasez económica, el castigo que merecen.
¡Y que Dios nos coja confesados a todos ante los disparates que
promueve (con su suicida ley, al menos aquí, de la oferta y la
demanda) este mundo incongruente y loco en el que nos toca
vivir. Amen.