Sigamos un poco más por el camino de la propaganda, emprendido
en mi última reflexión. Porque, ciertamente, el tema da para
mucho y mucho es, por tanto, lo que podríamos continuar
añadiendo.
Y, adentrados nuevamente por esta parcela, no quiero dejar de
hacer referencia a una de las trampas mejor urdidas que plantea
la propaganda. Me estoy refiriendo a una (en apariencia)
inofensiva palabra. Una humilde, exacta y solapada palabra, nada
más que una preposición, que aparece arteramente, muchas veces
como colofón o inicio de una seductora oferta: DESDE.
Porque vemos folletos muy atrayentes, bellamente ilustrados, en
los que se anuncian pisos... casi nada. Y luego te cuestan tres,
o cuatro o cinco veces más.
Prosigo. Abrigos de señora, lujosos, magníficos, de la más
ansiada piel, «desde». Luego te cuestan cerca de un millón. Y
así siempre.
No hay cosa peor ni reclamo más falso que el que se anuncia con
un inicial desde. Porque desde es un miniproyecto, birria y
canijo, del piso, del abrigo, de la lavadora o del coche o de lo
que queramos poner aquí.
¿No sería mejor decir hasta?
Porque, hasta que no se aumente mucho la cifra inicial, no se
alcanza nada verdaderamente aceptable. Por ejemplo, te hacen
ofertas de trajes elegantes, cómodos, cien por cien de pura lana
virgen y todas las zalemas que se puedan añadir.. y cuando sales
de los grandes almacenes llevas un estupendo traje. Pero,
naturalmente, te ha costado casi setenta mil pesetas, muy lejos
de las iniciales veintiuna mil.
Porque el desde se había vuelto a disparar. Y así, hasta el
infinito.