Y bien, Sócrates,
es la hora de la cicuta.
A beberla de un trago, vamos
no te sabrá mal, bueno, no tan mal.
Oh, el amargo disimula las lágrimas. Y setenta años
para mis huesos
demasiada carga son. Oh, sí
es la hora del relevo
cubran mi lugar jóvenes atléticos que un día
a viejos pensantes llegarán
llegarán con cicuta o sin cicuta, quién puede saberlo.
En cuanto a mí
de un trago
dejo caer todo
pero no murmuren que es suicidio
digan: Sócrates acata los jueces
y los jueces lo han condenado.
¿Tú, así hablas cuando estás convicto de subversivo?
¿tú, acatando las leyes?
Las leyes me permitieron,
así está escrito,
dialogar en la plaza pública
sin restricciones.
Era justo.
Por ese acto hoy me condenan.
No es justo,
pero es conforme las leyes.
Y yo, ciudadano ateniense, he jurado no anteponer
mi juicio de lo justo
al criterio de los jueces
guardianes de la ley.
¡Atenas es gloriosa gracias a esa renuncia
que todos hemos hecho!
Por eso, no huí.
Me esperaba el barco y yo,
incomplaciente ante los jueces,
la condena parecía querer. Lo sé.
Pero no era soberbia. No soy más
que un parlanchín de la plaza
uno
que sólo sabe
que nada sabe.
Uno que protestó su inocencia
pero los jueces, ley en mano, por subversivo
me tienen.
II
¿Y das el ejemplo, por eso, eh, te tomas
imperturbable
la cicuta?
Acato a los guardianes de la ley, es todo.
Filoso filósofo, filósofo filoso
sea tu voluntad.
Pero no nos dejarás
sin antes la palabra final
aquélla que cierre tu vida
y para siempre quede.
Y ya la cicuta
circula en su sangre
paralizando el cuerpo. Hagan silencio,
Sócrates va a hablar. Y a uno de sus discípulos,
se dirige:
"no olvides devolver
su moneda a Esculapio."
Sí, sí. Pero ¿qué más, qué más?
Y Sócrates calla para siempre.
Un recado doméstico, su palabra final: "óyeme,
compras el pan, no te olvides
pásame la sal, porfa
qué calor hace
óyeme, la moneda a Esculapio..."
III
El querido, mil veces admirado sabio
¿eso nos deja?
Sí, una moneda vale tanto
(y tan importante es devolverla)
como el universo entero e infinito
si entero es lo infinito.
Y por esa moneda
vale la pena resistir,
resistir hasta el final.
Es lo que tenemos y es
todo lo que tenemos y es
lo único que tenemos. Y de prestado:
la vida. Porque ella
nada vale y nada vale lo que ella vale.
Hay que devolverla como la moneda a Esculapio.
De un trago
dejo caer todo.
Todo: no más que un trago, no más que una moneda.
No más que la vida, esa nada que es nuestro todo.