Todos andan especulando sobre la muerte del Poeta, el tipo más
feo que ha parido madre, pero sólo yo sé el verdadero motivo. El
Poeta era un soñador, un romántico incurable que tuvo la mala
suerte de enamorarse de Karla, que llegó a nosotros brillando
como si de golpe se hubieran abierto todas las ventanas, con sus
cabellos larguísimos y sus ojos gatunos. Si de veras existe
Cupido, no sé a quién iba destinada la flecha, pero dio en el
Poeta, que no pudo más que amarla sin condiciones.
Ella, al principio, protestó con tantas miradas insistentes,
tantas rimas, tantas flores, pero terminó resignándose al acoso
callado, acostumbrándose de tal manera a la presencia de su
estructura descalabrada detrás de los postes, de los árboles, de
los muros, de las puertas, que lo consideraba una suerte de
sombra adicional.
Pensé que aquello terminaría cuando decidió casarse con el
futbolista, pero en la puerta de la iglesia comprendió que no
podía amar a otro que a su tímido perseguidor y corrió a
decírselo. Cuando ella terminó de hablar, él suspiró y dando la
espalda huyó hasta perderse de vista.
Luego, llegó la muerte.
“Murió de amor... murió de mala suerte... lo mató la
borrachera”, vienen murmurando los conocidos, los desconocidos,
los malpensados, los ignorantes, los curiosos...
Sólo yo sé que no pudo soportar ver hecho realidad su más
preciado anhelo y me dejó escapar en aquel suspiro. Me quedé
mirándolo, sin saber qué hacer.
Lo vi entrar al bar más cercano, allí trató de beber hasta
llenar el vacío que se le había formado por dentro. Esperé a que
la embriaguez avanzara y aproveché para decirle quién era; al
principio pensó que me burlaba de su desgracia, pero terminó por
creerme.
Lo intentamos, doy fe de ello, mas no pudimos lograr que
volviera a ocupar el sitio que me correspondía.
- ¿Qué va a ser de mí? - me interrogó entonces - ¿Cómo me curo
ahora de esta ausencia?
No respondí, no siempre se hayan respuestas a nuestras
interrogantes; de ser así, seríamos aburridamente divinos y no
sería imprescindible le necesidad de un Dios.
Decidió preguntarle a Karla, que ya venía en su busca; apenas
tenía que cruzar la calle, caminar cincuenta metros para llegar
a su encuentro… pero el destino le hizo caer entre las ruedas de
un camión que pareció surgir de la nada, doblando la esquina con
velocidad avasalladora, cual mole apocalíptica.
Después vino la funeraria, Karla viuda sin haber sido novia, yo
adorándola en silencio, lo único que he aprendido a hacer en los
años en que fui parte del bardo desvencijado.
Ahora, mientras veo con rabia como el mejor amigo del Poeta se
acerca a consolarla y aprovecha para pasarle la mano sobre los
hombros, repito que todos están equivocados: Al Poeta no lo mató
la borrachera, ni el camión, ni la falta de suerte, ni siquiera
el exceso de ella, el Poeta no murió de amor...
Murió de desamor, porque con la escisión que originó mi partida,
escaparon de su interior los sentimientos que hasta ese instante
compartimos, sentimientos que ahora me abarrotan sin saber qué
hacer con ellos, pues fue sólo por él que les di cabida.
Partió vacío para siempre de Karla, como cáscara hueca, y me ha
dejado a mí, su alma, en esta eternidad de desconsuelo.