Como había prometido al director de esta Revista convertir en
costumbre y sección fija estas divagaciones, repito nuevamente y
lo hago, otra vez también, acogiéndome a las palabras de mi buen
amigo Alfonso Estudillo, a propósito de releer una editorial (nº
26), dedicado al excelente escritor Fernando Quiñones.
Que no se extrañe ninguno del aparente y poco aprecio del
ingenio gaditano en su propia patria chica porque, una vez más,
se cumple la vieja sentencia que afirma que «Nadie es profeta en
su tierra». O, por lo menos, y para suavizarlo, me atrevería a
rebajarlo a un CASI NADIE.
Es condición humana una dualidad absurda que ya, desde los
eruditos del siglo XVIII, se viene denunciando, aunque la
advertencia cae en saco roto. Y esto que voy a exponer, tiene
toda su validez y fuerza cuando al viejo solar hispano hacemos
referencia. O afirmamos con toda vehemencia, llevados por el
deseo y no por la razón, que lo de los demás no vale nada y que
lo único bueno e interesante es lo de España o, en una ridícula
posición, tan «snob» como incongruente, aseveramos que lo bueno
hay que buscarlo fuera y de fuera nos viene porque en España
nada vale nada.
Posturas injustas e incompletas ambas. Porque en todas partes, y
no vamos a ser nosotros la excepción, hay cosas buenas y malas;
hay aciertos y fallos, como corresponde, repito, a la condición
humana. Con todo, sí que es cierto que al que trabaja en la
sombra, día a día, como denuncia Alfonso Estudillo y yo
comparto, se le deja un tanto de lado. Añadiría, siguiendo en la
misma línea, que en la sombra se queda. Hay que ser algo trepa,
zascandilear y procurar estar en medio de todo y aparecer en
todas las fotos (es decir, eso que se llama hoy «chupar cámara»,
porque si no, amigo, estás perdido y ninguno te hace caso.
Y es que no quieren darse cuenta de la honradez y sinceridad del
que, sin ninguna alharaca, como hormiga laboriosa, trabaja para
sí y en silencio y luego da el fruto de su esfuerzo a todos los
demás para su goce, recreo y enseñanza. Y añado y anticipo que
sobre esto último hay mucho que decir, aunque, de momento,
prefiero dejarlo en espera de mi próximo articulo, para no
extenderme excesivamente en éste y porque quiero,
imperiosamente, expresar mi punto de vista, que considero y
espero y deseo que lo compartan muchos conmigo. Pero volvamos a
lo nuestro y con lo que íbamos. Ya dije que convienen los
«padrinazgos» para hacer carrera. Aunque mi leído y admirado
Fernando Quiñones no lo necesitara, ni creo que llegue a
necesitarlo para los buenos paladares.