No tema el lector sensato: con este artículo no pretendo
ensanchar la nómina de los escritores de la Isla (o de los
escribidores, como dijo una vez Paco Carrillo). No sugiero en
absoluto que se mida la literatura por la relación de escritores
y metros cuadrados de la ciudad. Lo que aquí propugno es nada
más que una excursión modesta y sin anhelos de gloria por el
papel.
En Francia, que ha sido desde la Edad Media la tierra de las
Letras, mucha gente escribe por el sencillo placer de
entretenerse. No hay nada más exultante y relajador en la
creatividad que volcar en una cuartilla (o en el ordenador, da
lo mismo) unas opiniones o unos sentimientos. Se trata de
dialogar consigo. Lo escrito no tiene por qué ser una acta
notarial de ese monólogo. Sería un esbozo de autorretrato con
gratificación de fondo por aquello de que nos hemos desahogado.
Los primeros psicoanalistas recomendaban a sus pacientes que
escribiesen mucho como una medida de alivio a sus tensiones
profundas y guardaran lo escrito para leerlo tiempo después. El
resultado era que se lograba una especie de curación de los
problemas inconfesables. Con un poco de valentía, el paciente
lograba desenmascarar su propio subconsciente y lo liberaba de
aprehensiones, muchas de ellas estúpidas y procedentes de falsos
complejos. Era y es un sacrificio muy rentable, por lo visto.
Muy rentable psicológicamente hablando. Con ello el individuo
consigue descorrer una cortina que no le permitía ver la
realidad como es. En el mejor de los casos, escribir puede
significar un ameno cultivo de las propias impresiones. Un
recreo en vivencias que nos acompañan y que deseamos fijar a
manera de triunfo sobre otros recuerdos desagradables.
En el artículo anterior destacábamos la importancia que tiene
incentivar el talento de niños y jóvenes en colegios e
institutos. Con el hecho de escribir también se beneficia el
hablante que somos. En la enseñanza de la Literatura, a los
alumnos se les puede impartir clases de esta disciplina
insistiéndoles en que el estudio de los textos les ayuda a
dominar mejor la lengua tanto por escrito como por el uso oral.
Ese dominio entre la corrección gramatical y la riqueza de
vocabulario les ayudará en los exámenes de otras asignaturas y
también en oposiciones y entrevistas laborales. La lengua sería
entonces una matemática de nuestros conceptos. Pensamos y
expresamos lo pensado insertándolo en el continuo fónico de una
palabra, como se dice en Lingüística. La importancia del cambio
de un fonema (por ejemplo: lodo/codo), o bien de una tilde
(lástima/lastima) es decisivo. Hasta este punto tiene capital
interés el ejercicio de la lengua.
Pues bien, estas reflexiones no tienen otra finalidad que la de
exponer sencillamente lo divertido que es aficionarse al manejo
del idioma, cualquiera que sea la intención del hablante. No
vamos a entrar en los argumentos que emplean los lingüistas más
eruditos. Nuestro propósito es más llano y utilitario.
Aconsejamos que la gente le pierda el miedo a sentarse delante
de una cuartilla. Escriba usted desde su intimidad a la
expresión escrita aquello que más le obsesiona. Es una buena
terapia. Ser escritor es una ambición más compleja y poco
recomendable, si no se está preparado para una guerra sorda de
indiferencias calculadas y menosprecios resentidos por parte de
los mismos "escritores", sean locales o no.
Usted escriba lo que le dé su imperial gana y léalo tiempo
después. Entonces se dará cuenta de las muchas tonterías que
escribimos y que antes pensamos. Pero mientras esas tonterías
queden en casa o permanezcan a buen resguardo en un cajón, no
pasará nada. Lo malo es cuando se da a la luz y el escritor se
expone a una crítica censurable. Claro, que si se escribe en
determinadas latitudes, pasará desapercibido, ya que la gente es
poco aficionada a leer.