En los años veinte del pasado siglo, concretamente entre 1919 y
1935, la Ley Volstead -más conocida como "ley seca"- prohibió de
manera tajante el consumo de bebidas alcohólicas en los Estados
Unidos. Consecuencia de ello -entre otras muchas- fueron la
potenciación de bandas de hampones, el gansterismo y, sobre
todo, el origen de grandes imperios mafiosos que se dedicaban a
su comercialización.
Podríamos hablar ahora de los grandes negocios y las muchas
"hazañas" de Al Capone, Lucky Luciano, Frank Costello, Vito
Genovese, etc., acciones que nos servirían para ir obteniendo
perspectivas de futuro en nuestro tema de hoy, pero lo dejaremos
para otra ocasión porque no es mi deseo enturbiar la mente de
los lectores en este mes de fiestas y zambombas. Permítanme, no
obstante, relatarles una breve anécdota de las muchas
granujerías a que daba lugar el invento. Se vendían unos
paquetes de cierto producto para uso agrícola en el que se leía
la siguiente advertencia: "El contenido de este paquete NO se
puede mezclar con tres litros de agua y someterlo a cocción
moderada durante 8 minutos porque daría lugar a una bebida
alcohólica de agradable sabor y muy similar al whisky que está
prohibida por las leyes."
Nuestra "ley seca" particular -referida al tabaco-, que entrara
en vigor con el nuevo año, ya anda levantando ampollas desde que
fuera anunciada, no sólo a los fumadores, sino a un amplio
sector del empresariado que prevé la problemática que les
ocasionará el que sus empleados no puedan fumar en los
establecimientos o centros de trabajo. No es difícil imaginar al
obrero o empleado que abandone su puesto de trabajo cada dos por
tres para ir al wáter, ni al que se escabulla a la trastienda,
al almacén o a las oficinas para tal o cual cosa. Mil
subterfugios creados con hábil imaginación -e imperiosa
necesidad- que se traducirán en muchos miles de horas perdidas.
Pero donde la cosa escuece en grado sumo es en el sector de la
hostelería. Los sufridos propietarios de restaurantes, bares,
pubs y demás lugares donde la gente se reúne en sus ratos de
expansión para tomar unas copas y charlar con los amigos, saben
que los parroquianos que fumen querrán fumar mientras beben su
cerveza con calamares o esperan el tocino de cielo tras haber
dado buena cuenta del asado y los langostinos. Y que en cuanto
que les diga que no se puede fumar, la clientela -y la caja-
quedará reducida a la mitad de la mitad.
De las leyes represivas -que son varias, no sólo esta del
tabaco- que en los últimos tiempos se nos están imponiendo a los
españoles con el argumento de la modernidad y el europeísmo,
habrá que hablar ya mismo con más calma y con las debidas
reflexiones. Principalmente, porque ya nos escuece el sitio,
salva sea la parte, por donde nos dan todos los días, aunque,
también, visto que cada vez se ven menos diferencias entre las
churras y las merinas, para que a la hora de unas elecciones los
votantes no sigan alimentando la idea de quedarse en sus casas
convencidos de que no les queda ninguna opción. Y por si acaso
nuestros talentosos y talentudos adalides, actuales y
futuribles, quisieran enterarse de que, cada día con más fuerza,
se nos va arraigando el convencimiento -sinceramente, yo también
lo siento- de que nos salimos de Guatemala y nos metemos en
Guatapeor.