Este continente, que nos contuvo a todos, la cuna de todos los
hombres según arqueólogos e historiadores, resulta ahora ser una
madre olvidada sufriendo el síndrome del nido vacío.
Mientras los demás corrían a armarse, ella cantaba y danzaba en
busca del origen de toda civilización: La música. Se hizo
prudente. Pero tal prudencia le costó que a sus puertos llegaran
algunos de sus hijos, que por alguna mutación perdieron sus
pigmentos, y la asolaran llevándose a sus hermanos fuertes y
hermanas fecundas.
No pudo defenderlos. Afrontó la partida de sus hijos con la
esperanza de que poblaran otros sitios y enseñaran sus tonadas a
otros coros, su concierto ayudo a prosperar al mundo. Luego
otros, descendientes de su savia, decidieron hacerles esclavos
en su propia tierra; debían entregarles los minerales que en
ella estaban y recibir a cambio miserias. Entregó lo que pudo a
los mezquinos.
A sus expensas, el primer mundo se ubicó en esa posición de que
alardea y parece que la olvida y le da la espalda; ahora pone
vallas y dispara a los que quieren entrar; cuando antes iba por
ellos en barco. Oigo tambores.
Es África que nos llama en su canción de cuna. Su arrullo es un
quejido.