Ayer
mi hija emergió del cuarto con el rostro y los brazos pintados
con marcadores de colores. He pasado por paredes, puertas,
muebles, sábanas y ropas dibujadas a su antojo con envidiable
tolerancia, pero lo de pintarse el cuerpo me pareció el colmo de
sus travesuras.
Aparentando una ira mayor a la que realmente sentía la reprendí:
- ¡Pero Sarah! ¿Qué cosa es eso? ¿No te das cuenta que los
pintores pintan en papel, que los libros de colorear son de
papel, que las libretas son de papel?... ¡El cuerpo no se pinta!
- Ah... ¿no? -respondió mi pequeña filósofa con tranquilidad- ¿Y
qué me dices de cuando te pintas las uñas y los labios?