El ángel dijo: serás como el viento, a veces calmo, a veces
tumultuoso y profundo; tus sueños no pagarán impuestos de peaje,
pero los parirás con dolor y dudas, acariciando y desacariciando
fantasmas y sonrisas.
Ya no nevaba
y las altas avenidas de la noche
sonreían en duermevelas
ocultando los silencios tras las luces.
El mar
olía a sierra fecunda
desde los miradores de los picos solemnes
que se desnudaban en el frío.
El hombre acarició su barba , guardó en el macuto su hacha de
talar miserias, repasó las estrellas y las nubes, esbozó una
mueca tan larga como su cansancio de tiempo, y puso rumbo
indefinido hacia el poniente: presentía que no encontraría ya
nunca el amuleto que se perdió entre las altas voces y los
escenarios de crema.
Sentía
cómo los caminos del agua
se iban difuminando en gris
desposados de matices
entre el negro y el ámbar.
Y retomó
del estiércol antiguo
el olor a azucenas marchitas
ocultándose en los miradores del cielo
para no penar en sollozos.
El ángel recalcó: serán un interrogante perdido en las calles
del amor; acatarás la sangre que se derrama en los costados de
la vida; dolerás la insatisfacción de saberte distinto y de
sentirte juzgado por enanos sin nombre y sin memoria; y tendrás
que avergonzarte, a menudo, de tu sexo cruel y prepotente.
Y el hombre dijo: sea la voluntad del tiempo quien dictamine el
porvenir de las rosas...
(Y se tapó la cara para no verse reflejado en el camino sin
huellas)