La mentira, o sea, el decir cosas contrarias a la verdad, callar
u omitir toda o parte de ésta, o fingir o aparentar lo que no es
cierto, es una característica o propiedad innata y consustancial
con el ser humano. Tan es así que, ya antes de aprender a
hablar, aprendemos a llorar y a quejarnos -fingiendo supuestos
dolores o malestares- para recabar la atención y los cuchi cuchi
de la santa madre que nos trajo al mundo.
Con el tiempo, esta pseudocualidad se desarrolla y, en general,
apenas descubrimos con quien nos jugamos los cuartos en esta
tremebunda y embaucadora cosa que se llama vida, nos vamos
haciendo auténticos maestros de la patraña, la superchería y la
trápala. Y por ello -unos más y otros menos, según la existencia
y afianzamiento de los propios principios-, los más espabilados
y talentudos suelen aprovecharla para sacar tajada en el
contexto general que supone el día a día.
Podríamos citar a muchos miles de los más procaces mentirosos y
embaucadores que recoge la historia y la literatura -y la prensa
contemporánea, naturalmente-, pero, para no herir
susceptibilidades ni que se puedan sentir infravalorados
nuestros actuales grandes troleros, nos abstenemos de dar
nombres y enfocamos el tema desde la generalidad.
Naturalmente, si encargáramos a uno de nuestros organismos
estadísticos una encuesta sobre quiénes les parece al pueblo que
son los que más mienten y operan en el chanchullo -dentro de un
contexto general-, el resultado nos sorprendería porque
leeríamos algo así como: "Contribuyentes: 67 %; Medios de
comunicación: 1,2 %; Banca y grandes empresas: 0,9 %; Políticos:
0,7 %..." Y vendría avalada por la ficha técnica sobre el
ámbito, universo, forma y procedimiento de la muestra, etc.
Vd., mientras lee, se rasca el cogote y no sabe si soltar la
carcajada o si cagarse en la madre que parió a tanto pendejo que
nos considera tonto del haba. Pero, no se cabree y sonría. Sir
Winston Churchill también pensaba como Vd. y confesaba: "Sólo
creo en las estadísticas que yo mismo he manipulado."
En la filosofía griega existe un sofisma llamado Argumento del
mentiroso, atribuido a Eubulides de Mileto, que dice: "Si tú
dices que mientes, y al decirlo dices la verdad, mientes; ahora
bien, como estás diciendo que mientes y lo estás diciendo con
verdad, mientes. Pero, si mientes, no dices la verdad, por lo
tanto, no es verdad que mientes."
La mentira existe a nuestro alrededor en cantidades
inimaginables, algo así como un gran río que fluye constante
desde todos los ámbitos. Pero, como forma parte de nuestra vida
cotidiana, como estamos acostumbrados a convivir con ella,
apenas nos percatamos de su presencia y enraízamiento. Ni
siquiera las grandes mentiras que nos endosan nuestros
dirigentes, como por ejemplo, el motivo de la guerra de Irak,
las armas de destrucción masiva, la autoría del 11-M, las
circunstancias del hundimiento del Prestige, las motivaciones de
la nueva normativa del tabaco..., y un larguísimo etcétera, nos
conmueve más allá de un encogimiento de hombros.
En fin, que continuaremos engañados y engañando, jodidos y
jodiendo -mientras que el cuerpo aguante y el embozo no se nos
descomponga demasiado-. Al fin y al cabo, sólo hay que echar un
vistazo alrededor para ver que es verdad lo que nos dicen: que
España va bien, que el mundo va bien, que todo va bien, coño...
A ver si de una vez nos convencemos de que tenemos unos
dirigentes que son la reostia de virtuosos, honestos, serios y
honrados. Por eso a quienes más les crece la nariz no es a los
políticos sino a los contribuyentes. Vea, si no, las
estadísticas...